Se temía, se venía venir, desde hace tiempo. Porque en un año, ocho atentados islamistas han llevado antes el terror y el horror, indiscriminado y feroz, a importantes ciudades europeas, usando vehículos como arma letal implacable, arremetiendo y atropellando a quienes tenían la desgracia de estar en esos momentos en el lugar elegido por los fanáticos terroristas, sedientos de sangre y venganza contra el mundo occidental que les acogió antes, para llevar a cabo sus crímenes masivos, en aras de un credo enloquecido que les hace inmolarse en una cruzada siniestra que nunca ganarán.

El temor que la sociedad arrastraba en sordina se ha visto cumplido tristemente este mes de agosto, vacacional, en una gran ciudad que reunía todas las condiciones para que los asesinos la eligiesen para su matanza. Una furgoneta en la Rambla de Barcelona, zona peatonal de siempre, sembró de sangre y muerte durante más de medio kilómetro el paseo tradicional y bellísimo de la ciudad condal. Trece fallecidos, al menos, pues hay varios heridos de suma gravedad, y un centenar de heridos hospitalizados, mientras en la misma Cataluña, y dentro de la dinámica yihadista habitual se preparaban o perpetraban otros atentados semejantes. Pero en Cambrils, las fuerzas del orden actuaron antes, con rapidez y sin contemplaciones, abatiendo a cinco terroristas armados con falsos explosivos, y que habían atropellado y herido a varias personas. Hay también tres detenidos, y se mantiene la tensa búsqueda.

Son unos asesinos, fue el mensaje inmediato del Rey al conocerse el atentado. El presidente del Gobierno, Rajoy, se trasladó de inmediato a Barcelona, y en España la conmoción y el dolor en la tarde veraniega, se hizo general. Tanto el Gobierno de la nación como la Generalitat catalana actúan al acorde institucional. España, en realidad, lleva mucho tiempo en alerta máxima o casi ante la posibilidad de acciones terroristas, y desde 2004, cuando la matanza islamista en Madrid de tan terrible recuerdo, se han abortado diversos atentados y se han detenido a cientos de sospechosos. Pero siempre, y es lógico, se quiere evitar llevar el miedo a la población. Aunque ello no debiera ser obstáculo, se supone, para que se instauren medidas preventivas que no siempre se producen. El acceso de vehículos a las Ramblas era franco para cualquier vehículo al no contar con muros o bolardos de protección.

Hay que extremar la vigilancia, pues España sigue en el punto de mira del terrorismo yihadista por razones conocidas, desde la historia de Al Andalus a la innecesaria presencia figurativa en la guerra de Irak. Pero no basta con minutos de silencio, velas o crespones negros. En Europa hay 65,000 islamistas fichados, sospechosos potenciales, que pueden dar sus vidas por su causa. Hay que atacar en las raíces, desmontando y acabando con el inmenso nido de víboras terroristas del Estado Islámico, una batalla que encabeza Estados Unidos. Y guste o no guste Trump y los partidos de extrema derecha europeos, se hace preciso controlar a tope la inmigración, muy en especial la musulmana, y no permitiendo situaciones de ilegalidad que se prodigan en todos los países. Es así, o ellos o nosotros, los nuestros.