Somos gente de orden. Y la primera que nos dieron la seguimos cumpliendo con puntualidad anual. Fue el Papa Dámaso, en la segunda mitad del siglo IV. La cuestión era urgente. El Imperio Romano había dejado atrás el paganismo y era preciso un cambio del calendario festivo. Era la ocasión para hacer justicia a los numerosos mártires, distribuyendo la 'Memoria' de cada uno a lo largo del calendario ferial. Si uno destacó desde el primer momento ese fue San Esteban en su calidad de protomártir, el primero. En el calendario del rito romano su fiesta se situó en el veintiséis de diciembre. Una fecha a tener en cuenta, por su cercanía a la fiesta romana del inicio de año, las Kalendas de Enero. Esta era, en ese siglo IV, la fiesta universal del Imperio, y también de la Casa Imperial en tanto Emperador y Cónsul de la Milicia. Es fácil entender que, por uno y otro motivo, la gran fiesta del Imperio era especialmente celebrada por la milicia.

En los cuarteles la celebrábamos con una comitiva de personajes burlescos. El obispo Asterio fue el primero en quejarse, con razón, de los resabios paganos de tal comitiva, pero nosotros dábamos mucha importancia al contenido esencial de la fiesta, a saber, al ritual de limpieza del año viejo. Fue en nuestros campamentos fronterizos con el Imperio Persa donde aprendimos de ellos a usar el bullicio de cencerros como infalible limpieza de los males. Realmente ya sabíamos del tema, aunque en nuestra tradición romana consistía en colocar un músico de tibia junto a cada sacerdote en el ara del sacrificio, pero el invento persa era más contundente. Metidos de lleno en este ambiente propiciatorio, no hubo para nosotros ningún problema en adelantar unos días la limpieza del año viejo, a tiempo para entrar limpios a celebrar anualmente la Memoria de San Esteban. Como autoridad en ese día era digno de recibir el acto más solemne con que un militar honraba a una autoridad del acuartelamiento: la venia. Estrictamente consistía en un saludo respetuoso hasta la genuflexión y, de súbito, un espectacular salto. Precedida por un acercamiento aguerrido (otras veces parsimonioso) y rematada con un respetuoso alejamiento sin dar la espalda.

Por las numerosas pervivencias zamoranas, parece que no hubo ningún problema en juntar la respetuosa venia militar dirigida a la autoridad con aquella necesaria limpieza de males pasados mediante el aturrar de cencerros. Así que nada mejor que seleccionar a alguno de la tropa para que realizara las dos acciones festivas de una atacada. Ese era el turno del Tafarrón, con su disfraz y sus zangarros. A ellos hace referencia el nombre del personaje, pues tafarrón es pronunciación antigua de tagarrón, palabra de procedencia andalusí que hace mención a la tinaja con la misma característica forma panzuda, troncocónica invertida, que también caracterizaba a aquellos cencerros festivos de procedencia persa, los que copiaron los soldados romanos y han pervivido por las mascaradas de toda Europa.

Y ya dispuestos a solemnizar la fiesta martirial de San Esteban con un adelanto de la fiesta imperial de las Kalendas de Enero no resultó extraño que, junto al triunfante tocador de cencerros, fuera también el turno para otro disfrazado, exitoso en aquel entonces, la Madama. Perfecto complemento del primero ya que, como acontece en el caso de Pozuelo de Tábara, este disfraz de kalendas no era una novedad proveniente del extremo oriental del Imperio, sino propio de un personaje antiguo de viejísima fiesta romana, la Saturnalia, el día en que los siervos bromeaban con sus amos de igual a igual. Y también cuando los amos salían a la calle de una forma inconcebible, no con la blanca toga sino con la estampada bata del comedor. Y si ya andar por la calle de tal facha tenía su guasa, la remató el emperador Nerón en una solemne audiencia a ciertos embajadores. Aquel día no sólo salió a recibirlos al estilo de la fiesta saturnalia, vestido con su cenatoria y su servilleta al cuello, sino que remató la faena al ponerse ésta en la cabeza y, aún peor, llevar aquella sin el obligado cinturón. La broma debió correr por todo el orbe, pero solamente aquí y en esta fiesta se ha mantenido en todos sus detalles.

Definitivamente, la coincidencia de Venia y personajes de kalendas para solemnizar paralitúrgicamente la fiesta de San Esteban apuntan a un entorno militar y a una cronología muy temprana. De los personajes de kalendas, de las mascaradas, hay abundantes testimonios, pero no tanto de la venia. En su forma básica pervive en la realizada por el Zangarrón en Montamarta al recibir a las autoridades, a la ida ante la ermita y a la vuelta ante la villa. En su forma de carrera pervive aquí en Pozuelo de Tábara, en honor a San Blas por los Diablos de las conquenses Almonacid del Marquesado y de El Hito, también en honor a San Esteban por los Carantoñas del cacereño Acehuche, y por los Pecados en el Corpus Christi del toledano Camuñas. En éste último caso también pervive la venia solemne, de forma coreográfica, a cargo de los Judíos (en realidad los Judices, es decir los ediles romanos encargados del tema festivo). Pervivencias de la venia coreográfica se dan también por La Rioja Alta, el asturiano valle de Ibias, la sierra onubense? y las zamoranas Sanzoles y Venialbo que, junto a la portuguesa aldea de Valongo, ofrecen un dato de valor incalculable para quien está atento. La sorpresa de escuchar una rítmica musical que sigue modelos antiguos, inequívocamente documentados en la poesía greco-latina, valorados ya entonces como fórmulas cercanas a la práctica popular ancestral.

El haber documentado esta rítmica musical patrimonial es de una relevancia cultural de primer orden. Felizmente, la primera consecuencia de tan importante constatación etnomusicológica ha sido estimular una partitura nueva, escrita expresamente para solemnizar la fiesta de San Esteban de Pozuelo de Tábara. Su autor, Miguel Manzano, se ha ajustado a la rítmica quinaria ofrecida en las dos venias coreográficas zamoranas de Sanzoles y Venialbo, a fin de no romper con la cultura musical y festiva de nuestros paisanos de hace mil seiscientos años. Y si es lo propio agradecer la aportación, también es preciso saber del empeño en toda su dimensión.

Tampoco está de más ahondar en la comprensión de la fiesta martirial de Pozuelo de Tábara y toda su compleja amalgama, y sumar el cortejo de mayordomos a las aportaciones militar de la venia y propiciatoria de las Kalendas de Enero (cencerros en la fiesta y saludos casa a casa en la víspera). Un primer elemento festivo del grupo de mayordomos es la ofrenda de una pieza de bollería por parte de una fémina. ¿Qué papel representa? Dada la importancia festiva constatada hasta aquí en Pozuelo de Tábara no dudamos en asociar esta ofrenda con la tradición romana de los panecillos ofrecidos a Ceres en agradecimiento por las cosechas, según testimonian diversas localidades peninsulares (Tablas cacereñas, Tabuleiras portuguesas, Móndidas talaveranas y sorianas, Panbenditeras aragonesas, albaceteñas, alicantinas, murcianas?), anotando que en el caso de la cacereña Albalá también fue asociada a la fiesta de San Esteban. Un segundo elemento festivo es la ofrenda de un Ramo de frutas por parte de un varón. Dado que los Ramos muestran importantes asociaciones con la anterior tradición de ofrendas, la presencia de ambas variantes entre los mayordomos de la fiesta refuerza la tesis de una proveniencia romana para ambas.

Pero el nombre de esta segunda ofrenda, el Ramo, nos lleva a un nuevo escenario. Ya hemos mostrado en la publicación adecuada que la palabra ramo utilizada en la tradición de ofrendas es castellanización de la palabra germánica rahmen, con significado de bastidor, que es la forma genuina (triangular o cuadrada) de estas ofrendas y no la de ramaje arbóreo. Situados en este escenario visigodo cobra una súbita importancia la tradición festiva de la capa. El uso solemne de esta prenda es exclusivo de la península, y si, ciertamente, bien podría haber nacido en cualquier época, su significativa presencia en esta celebración de San Esteban nos dirige hacia un muy probable antecedente de la capa castellana. Hablamos de la tradición visigoda, hacia la cual nos encamina la costumbre sayaguesa, alistana y trasmontana de las capas, de esa capa de honras para los días más solemnes, así fuera mitad del verano, y cuyos trabajos de tijera rememoran con asombrosa fidelidad los motivos iconográficos de edificios y orfebrería visigodos. La vecindad de estas comarcas, así como del templo de San Pedro de la Nave, o del cercano y significativo asentamiento de El Castillón abundan en la consideración de una fuerte remembranza visigoda.

En definitiva, al ver la riqueza de elementos en tan concentrada celebración, es preciso conceder a la fiesta martirial de San Esteban de Pozuelo de Tábara una categoría de absoluto primer orden, que por supuesto conlleva la importante obligación de sus vecinos de preservarla y hacerla valer. Ahí va una ayudica, galanes.