Sabido es que El Tránsito y La Asunción son la fiesta del mismo hecho religioso aunque Zamora celebra particularmente el momento previo a la partida de María a los cielos. En los evangelios apócrifos leemos la segunda Anunciación donde se le comunica el fin de sus días. María tuvo pues, conocimiento de sus horas contadas en este mundo terrenal, con más suerte y menos drama que el que le tocó padecer a su Hijo que, a sabiendas de "su hora", pasó el mal trago de aceptarla, en el Huerto de los Olivos, con el remate de una muerte en la cruz.

María, en cambio, tiene una muerte dulce, una dormición que viene a ser un camino allanado por el cielo. La faz de la Virgen del Tránsito, en las numerosísimas representaciones en España y América, es de este cariz: una mujer yace dormida. Es un cuerpo en "stand by" al que nunca le llegará el "on play" de la putrefacción pues su Hijo divino no lo consiente y acelera el encuentro mediante la subida en cuerpo y alma al cielo: la Asunción.

Un hijo, con arte divino, pero de este mundo, Miguel Ángel, el artista universal por excelencia, perdió a su madre, de niño. La muerte entró en su casa muy temprano. Puede que el vacío de un amor imprescindible condicionase su obra artística futura. Si ese ansia de plenitud amorosa fue buscándola en el arte, a fe que en buena parte la encontró. El artista no tuvo hijos pero engendró un arte nuevo del que la humanidad siempre ha de sentirse en deuda. En su prematura orfandad fue puesto al cuidado de una familia de canteros y él mismo confesaba este hecho decisivo: "Junto con la leche de mi nodriza mamé también el amor a las escarpas y los martillos con los cuales después esculpo mis figuras". Miguel Ángel fue artista polifacético y, en contra del refrán que dice: quien mucho abarca poco aprieta, fue insuperable en todas las artes que cultivó (pintura, escultura, arquitectura...). En las dos primeras, la muerte ocupa el motivo de sus obras más destacadas, a saber, La Piedad, la tumba de los Medicis y la tumba de Julio II.

Empezando por La Piedad, vemos a María con el semblante dolorido pero sereno. La desolación está dentro de su pecho que cruza una cinta con el nombre del autor: la única obra firmada con el cincel del propio Miguel Ángel. Desplomado en brazos de su madre, Jesús, más que muerto parece dormido, con un sueño pasajero hasta la resurrección. El artista hace una interpretación muy personal del hecho evitando representar con realismo el presumible dolor extremo de la madre y el aspecto lamentable del hijo muerto entre torturas. La obra nos impresiona porque el lenguaje de la piedra del mármol se hace blando y tierno mensaje de belleza y espiritualidad. Me atrevo a decir que Miguel Ángel hace una proyección de su vida en esta escultura. La madre joven que él perdió se refleja en esa madre, María, con aspecto demasiado joven comparado con el Hijo que yace muerto en su regazo. Nadie, en esta obra excepcional, está verdaderamente muerto, ni vencido por el trágico acontecimiento.

El arte viene a ser un paliativo, el analgésico de tanto dolor acumulado.

Otro artista, Mozart, arrastrará también una pesadilla desde que su madre fallece en París a donde viajaron juntos . No están claras las razones del hecho aunque el padre del músico le reprochaba por carta su posible negligencia. También aquí el arte del genio de Salzburgo viene en socorro de su pena y podemos escuchar páginas de música henchidas de dolor, con el transfondo de la muerte, en la "Sonata para piano en La Menor", compuesta en París en torno a los días de la pérdida de la madre del músico.

¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? escribía San Pablo, y cantamos en la noche pascual. El arte y la fe se juntan para saltar el muro del dolor y la desesperación. La muerte no es más que un tránsito para el creyente. Los artistas tienen la ventaja de expresarlo con lenguajes que prestan ayuda a nuestra pena y nos animan a vivir con la llama del dolor dentro. "Arden las pérdidas", escribió el poeta leonés Antonio Gamoneda. La vida es un incendio controlado, escribió otro. Y con versos terminamos. Cuando la capilla funeraria de los Medici fue abierta al público apareció junto a la estatua de la Noche un papel escrito con un epigrama que decía:

"La noche que aquí ves dormir desnuda/ la hizo en piedra un ángel dulcemente/ dormida, vive; si te ofrece duda/despiértala y oirás su voz doliente".

Miguel Ángel contestó con otro escrito: "Grato es dormir y aún más ser piedra inerte, mientras el daño y la vergüenza dura; no ver y no sentir es gran ventura; hablad bajo, que nadie me despierte".

Su primera gran obra escultórica fue La Pietà, realizada con tan sólo 23 años y otra también fue la última: La Pietà Rondanini, en la que estaba trabajando cuatro días antes de morir. Su deceso se produce en Roma y tal era el prestigio del hombre quien, como pocos, contribuyó a engrandecer la ciudad eterna, que fue necesario llevar su cuerpo, en sigilo, hacia Florencia, para que se cumpliera el deseo de ser enterrado allí. Cerca de la madre; en el cielo como en la tierra.