Nuestros "tataras" tenían como "timbre de gloria" la consideración, la estima, y el respeto, a los demás, por su condición humana, por su dignidad humana; que, obviamente, era predicable, y aplicable, a ellos mismos; que la educación, en el hogar y en la escuela se inculcaba; lo que favorecía la convivencia en los ámbitos laboral y familiar, donde cada miembro tiene su "idiosincrasia"; pero que tienen que contribuir con su trabajo y relaciones, a conseguir los objetivos de empresas, de organizaciones, de hogares.

La "moneda común"; lamentablemente, en esta sociedad tan supuestamente "culta e ilustrada"; es más bien lo contrario, como se puede constatar cada día, y a poco que nos tengamos que tratar obligatoriamente con el "homo sapiens"; denominación totalmente equivocada por su proceder habitual; donde el "chivarse", el "sacar los comentarios de contexto", el "devolver ingratitud por generosidad", el "imputar manifestaciones y hechos no realizados", el "volver la acción y dicho, por pasiva", el "mentir como bellacos", etc., etc., etc., desacreditan a quiénes así proceden, la mayoría a poco que se lo "pongan a huevo", o surja la ocasión de hacer la "puñeta" a los demás; lo que demuestra la fragilidad, la incoherencia con los postulados católicos de la mayoría de la población española, la inobservancia de los textos legales algunos de índole internacional, como la madurez y "hombría de bien" que, "in iure pro reo", se supone a quiénes son mayores de edad y, más si cabe, si son progenitores, directivos, etc., que, también, deben ejercer sus obligaciones parentales y de gestión de organizaciones privadas y públicas, con el ejemplo.

Las relaciones respetuosas, y por lo tanto veraces, posibilitan una estima propia y ajena, que es lo que todos pretendemos; hacen más provechosa y agradable el compartir el tiempo con los demás, facilitan el trabajo en equipo, las tareas de todo tipo y condición, nos hacen más dignos y humanos positivamente, satisfaciendo, en consecuencia, mas y mejor, las demandas y necesidades de los destinatarios de nuestros quehaceres.

La "consideración y deferencia" a los demás es, por lo tanto, inexcusable para evitar una condición humana miserable, con el riesgo de las consecuencias indeseables, perjudiciales e imprevistas, que pueden surgir del ofendido hacia el ofensor. Procuremos tener, e inculcar, empatía, "no queramos para los demás, lo que no queramos para nosotros"; y evitemos soportar las reacciones de los destinatarios de nuestro mal querer.

La experiencia nos dice que las canalladas se pagan en esta vida, a un "elevadísimo tipo de interés". Evitémoslas, con el respeto propio y ajeno, y podamos pasear tranquilamente por la calle, sin temor a ningún tipo de represalias, siempre lamentables, incalculables e imprevisibles.

Tengamos siempre presente en nuestro proceder el "respeto y consideración que todos nos debemos".

Marcelino Corcho Bragado