La pasada semana se presentó en Zamora la oficina del plan Zamora10, una iniciativa puesta en marcha por la sociedad civil para intentar revertir el declive que sufren las tierras que forman la provincia de Zamora. Que la iniciativa es oportuna lo muestran unos datos tan demoledores que no dejan mucho lugar para la interpretación: la provincia ha perdido más de veinte mil habitantes en los últimos quince años; la densidad de población de las tierras del oeste zamorano es solo ligeramente superior a las de la Laponia finlandesa y La Raya Portugal sigue siendo, tanto años después, la frontera más pobre de Europa occidental. A esta pobreza se le suma el que Zamora sigue siendo una gran desconocida en el panorama cultural, social y económico español: son muy pocos los turistas extranjeros que, una vez en Castilla y León, recalan en Zamora. Así, el románico y el modernismo de una ciudad mágica sigue siendo invisible para el común de los españoles; por eso todos perdemos muchas horas defendiendo que el vino de Toro ya "no se corta con un cuchillo" y que "los Lagos de Sanabria" (¿?) se encuentran en Zamora y no en Asturias.

Ante esta situación, parece evidente que las políticas públicas que durante las últimas décadas han puesto en marcha las distintas Administraciones no han tenido el resultado que todos esperábamos. Algunos de los derechos de los ciudadanos que viven en esta tierra periférica son conculcados de manera sistemática: no hay derecho a la sanidad en igualdad de condiciones con el resto de España si en Tábara se quedan sin pediatra en verano, y es complicado entender que el Estatuto consagre como un principio rector de las actuaciones de la Junta el "desarrollo equilibrado de las infraestructuras tecnológicas en todo su territorio y garantizando la igualdad de oportunidades de todas las personas en el acceso a la formación y al uso de las tecnologías de la información y la comunicación" cuando en el año 2017 yo mismo he de coger el coche para desplazarme desde Santa Colomba hasta La Puebla para poder mandar por correo electrónico este artículo a La Opinión. Mal modelo hemos consagrado si al final todo se reduce a que, a cada demanda de los ciudadanos, las Administraciones, las gobierne quien las gobierne, se limitan a publicar una línea de subvenciones para acallar a los peticionarios y nadie analiza cuál es el problema de fondo, cuáles son las posibles soluciones y qué resultado dan las que se ponen en marcha.

Asumido ya que no serán las infraestructuras ni las subvenciones las que revertirán la situación, es hermoso ver que en esa aldea gala que es Zamora, en la que cada vez resisten menos habitantes (y cada vez más heroicos), hay empresarios y personas desligadas de la política, pero interesadas en lo público, que han dedicado parte de su tiempo y de sus recursos a articular un modelo participativo en el que encontrar soluciones para la despoblación y la pobreza que nos acecha. Un trabajo impulsado por la Caja Rural y en el que cada uno, en la medida de sus posibilidades, aportó por lo que pudo. Allí vimos varias de las posibilidades que se abren para la provincia, desde la generación de una marca propia, que permita dar a conocer la potencialidad de la tierra en Madrid y en Barcelona, hasta la articulación de un Centro de Escultura con la obra del genial Baltasar Lobo como eje, por ejemplo. No es un trabajo sencillo porque la inercia de derrota y melancolía es poderosa en esta tierra: a un lado los que proponen soluciones arbitristas sin ningún sentido de la realidad, y al otro la fría estadística que nos muestra un futuro cada vez más negro. Y razones no faltan: es posible que el momento histórico de estas tierras pasara hace ya varios siglos, cuando la frontera se desplazó al sur y perdió su importancia como plaza militar. Además, no hemos conseguido disolver la maldita Raya, una frontera que nos ha condenado a la miseria y al contrabando en nombre de la soberanía de unos Estados nación que tampoco fueron una apuesta ganadora para estos territorios, como hemos podido comprobar con el paso de los años.

Para luchar contra esa inercia, Zamora 10 continúa su camino y cuenta ya con un gerente y muchas voluntades detrás. Muchos zamoranos de Zamora, pero también cuenta con los zamoranos de Madrid, de Barcelona o de Bilbao; esa población vinculada de la que habla el maestro Juan Andrés Blanco, que vive fuera de la provincia pero que se imagina aún ligada a la tierra de la que un día salieron sus mayores. Empresas de capital madrileño y corazón zamorano, y personas que, cada una en su ámbito, siempre han estado ahí para aportar su ayuda. Al final todos nos imaginamos hijos de una tierra "inhóspita y dura", como escribió mi caro Lauro Anta, y eso imprime carácter y nos dotó de una "identidad de frontera con la mirada siempre puesta en Poniente y el hatillo siempre a mano por ese "nunca se sabe"? Una tierra en la que, como Claudio Rodríguez nos advirtió hace años "ya no hay banderas, / ni murallas ni torres". Estamos solo nosotros. Estamos solos nosotros.

Y cada vez nos va quedando menos tiempo.