Una de las caricaturas más burdas e injustas que se conocen reflejaba a los hombres de pueblo, los pueblerinos, mal encarados con los desconocidos, desconfiando de los extraños y atacando a los forasteros como posible fuente de todos los males, entre ellos llevarse a las mozas. Aquellos paletos iban casi uniformados: boina negra calada hasta las orejas, chaqueta y pantalón de pana llenos de manchas y costurones, faja, camisa pasada de moda, alpargatas? Había otras variantes: traje de paño anticuado, chaleco con su reloj de bolsillo, gorra visera, cinto puesto a la me cagüen tal?Las imágenes, repetidas hasta lo estomagante, buscaban hacer reír al personal (incluidos los propios vilipendiados) y sumir en el ridículo a quienes ya por los epítetos estaban descalificados. Eran los garrulos, los isidros, los palurdos, o sea el escaparate de una forma de vida con la que había que acabar a través de la sátira agria, de la parodia descarnada, del sarcasmo sangrante.

Y hay aparecía Paco Martínez Soria con sus catetadas, o Fernando Esteso cantando "La Ramona" con una garrota en la mano, o tantos y tantos otros cuyo humor consistía en imitar y exagerar acentos y lenguajes y en hacer chanza, con poca gracia, de las meteduras de pata de los rurales cuando llegaban a la ciudad y se enfrentaban con situaciones y artilugios desconocidos para ellos. Sabían arar, ordeñar o podar, conocían los nombres y características de animales y plantas, interpretaban el lenguaje de vientos, soles, nubes y estrellas, pero, ay, ignoraban lo que era un ascensor o nunca habían visto un avión en tierra. Esto bastaba para hacer burlas, rechiflas, mofas. De lo otro, de la sabiduría popular, de las habilidades manuales, del dominio de la tierra, no se hablaba, quizás porque los autores de chistes y películas de pueblerinos no tenían ni repajolera idea de esas cosas, aunque fueran de lo más natural.

Uno de los defectos que solía reprochársele a los garrulos era, como decía al principio, su prevención ante los extraños o, incluso, su rechazo a las primeras de cambio. Siempre se hablaba, aunque no fuera real, de localidades donde los forasteros acababan indefectiblemente en el pilón o en el arroyo. Estos episodios eran, claro, la prueba más evidente del atraso, cerrazón y brutalidad de los lugareños. Si entonces hubiese estado de moda la palabra xenofobia, también se la habrían aplicado.

Pues bien, muchos años después de aquellos guirigáis resulta que hay unos grupúsculos que se dedican a atacar a los forasteros en nombre de la modernidad, de la ecología, de la defensa de la ciudad y del equilibrio ambiental y urbano y como apoyo a sus aspiraciones independentistas. Los del pilón eran unos salvajes, primitivos ellos; los que pinchan autobuses e insultan a los turistas son progres, valientes, puntas de lanza de no sé qué cambios venideros. Como decía el sainete, los tiempos adelantan que es una barbaridad. Y los chicos estos, los butifARRAN y los chacolitarras, no van mal vestidos, no, ni parece que anden en la miseria. Estética y ética responden a aquella agudísima e inteligente reflexión de El Roto. Hacía decir a uno de estos individuos: "Yo soy antisistema? pero dentro de la Seguridad Social".

Como no podía ser menos viniendo de donde viene el movimiento, la turismofobia ya se ha convertido en noticia por los cuatro costados. Si hubiera nacido en Zamora o en Cuenca o en Badajoz, no hablaría de ello ni el mudo de Tarazona, que, según uno de mi pueblo, voceaba: "¡A los buenos cacahueses!". Pero, amigo, nació en Cataluña y se ha propagado al País Vasco. Con la iglesia hemos topado, hermano Sancho. Pinchan un autobús en Barcelona y pintan cuatro fachadas en San Sebastián y, hala, noticia nacional, apertura de telediarios y polémica sobre si está relacionado o no con el independentismo, con el procès, con el resurgimiento de la kale borroka o con la pesca de la angula en Aguinaga. Se despueblan comarcas enteras en la Castilla opresora, centralista e imperialista y como quien oye llover. Pues, que se vengan todos a Madrid.

¿Quién le iba a decir a los que tiraban forasteros al pilón que décadas más tarde, en pleno siglo XXI, unos cuantos niños mimados de tierras ricas iban a imitarlos, aunque, faltaría más, con otra finura y con disculpas políticas, sociales, económicas, ecológicas y demás compañeros mártires. En fin, que estos líos se producen donde hay sobras. Si en Barcelona, Baleares o San Sebastián escasearan los turistas, andarían a su caza y captura, como ha ocurrido hasta ahora. Pero como abundan, ya no se acuerdan ni de la pasta que dejan ni de los puestos de trabajo que crean. Y los que no queráis, chicos de la CUP, muchachetes de Sortu, mandarlos para acá, que nos hacen falta. No los tiraremos al pilón. Si acaso, acaso, a vosotros. Para que veáis lo que es pasar necesidades.