Política, ocupó la jefatura de tres ministerios en el partido conservador francés; abogada, dicen que de las buenas; y economista, muy mala no será cuando es la directora gerente del Fondo Monetario Internacional. Christine Lagarde no es precisamente una mindundi, muy por el contrario es una persona de relevancia mundial e influencia internacional. Doña Christine cuenta con cuatro títulos universitarios, además de una maestría en ciencias económicas. No es de las que tenga problemas para elegir lo que, en cada momento debe decir. No estamos pues ante una ignorante incapaz de medir las consecuencias de sus palabras y el alcance de las mismas.

Sin embargo, esta francesa, nacida en París el día 1 de enero de 1956, sesentona pero cuyo aspecto físico da de mucho más mayor, hace algún tiempo no se cortó un pelo a la hora de afirmar categóricamente: "Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!". Exactamente, ¿qué es lo que hay que hacer señora Lagarde? ¿Atentar contra el quinto mandamiento y matar a todas las personas que superen la edad de jubilación para ahorrar en pensiones? ¿Confinarlas en guetos, a pan y agua hasta que se pudran? ¿Practicar la eutanasia con ellos? ¿Ponerles una inyección que los mantenga dormidos hasta el momento final, y así no gastan? Esta señora no ha explicado en qué consiste el riesgo al que aboca la longevidad, como tampoco ha dicho lo que se debe hacer. De ahí que las interpretaciones hayan sido para todos los gustos y ninguno bueno.

Un poco de cultura oriental al respecto no le vendría nada mal a esta señora investigada por corrupción, que está más cerca de la ancianidad que de la madurez. Es intolerable lo dicho por una mujer, se supone que culta, y que dirige un organismo bajo sospecha de intervencionismo sobre todo en políticas internas de naciones y territorios pobres. Porque, a lo mejor, esa intervención urgente que hay que hacer al grito de ¡ya! debe practicarse con los pobres, con los habitantes de los países en vías de desarrollo, con los que habitan los arrabales de miseria de las grandes ciudades, con los de las chabolas. A lo mejor es que con los ricos como ella eso no reza.

Con semejantes palabras, Christine Lagarde, sólo ha demostrado una cosa: es una indeseable. A nuestros ancianos les debemos todo. A nuestros ancianos ni tocarlos que ya bastante daño les hacen las distintas administraciones que los han colocado los últimos de la lista. Y porque los gobiernos de izquierdas y sobre todo de derechas, son unos cagaos, incapaces de potenciar los servicios sociales. Si acaso sólo en la teoría, en la práctica se muestran incapaces.