Fuertes dosis de paciencia hacen falta para soportar el vandalismo antiturístico que asoma en Cataluña y Baleares. No tardará en extenderse a los principales destinos españoles, receptores de millones de visitantes en una fase de crecimiento exponencial, que persistirá mientras que este país sea el único que ofrece algo más que el clima, las instalaciones, la diversidad del entretenimiento, la gastronomía y los tesoros histórico-artísticos que todos tienen en mayor o menor medida. La seguridad y la acogida amistosa son el "plus" cualitativo de la oferta española, citados por la inmensa mayoría como incentivos de excepción. Propician afluencias sin precedentes, con cifras de gasto espectaculares y efectos en el empleo -estacional o no- impensables en otros sectores. No están garantizados a largo plazo, pero sería necio malograr las etapas en que funcionan a tope.

Las bandas de ácratas y gamberros que exhiben mensajes hostiles al turista o atentan contra las infraestructuras a él dedicadas confunden lamentablemente el tiro. La degradación de las ciudades y enclaves de destino es un problema de política interior. La imprevisión, la desidia o el irresponsable pasotismo en la organización y distribución de las masas que aquí llegan no son imputables a su preferencia por España sino a la autoridad política, estatal, autonómica o local que carece de reflejos para asegurar las condiciones de descanso, movimiento y amenidad deseadas en las vacaciones. Los grupos antisistema que han rebuznado en Barcelona y Palma de Mallorca, todos ellos relacionados con las CUP, son del mismo pelaje que los "hooligans" del turismo de borrachera, por suerte aún residual aunque la manga sea muy ancha para tolerarlos y las quejas de las empresas del ocio solo sean de boquilla.

En rigor, el propósito de esos comandos que insultan con grafitis, vociferan en las terrazas, llenan de confeti los platos en los restaurantes y queman autobuses turísticos solo buscan destruir lo que funciona, produce riqueza y crea trabajo. El desdichado pacto de mayoría parlamentaria en Cataluña les ha sacado de la irrelevancia y fomenta en otras autonomías el oportunismo de hacerse visibles y reproducir la ideología del golpe sistemático, el acratismo y la lucha contra algo que ellos sabrán qué es, porque su "mensaje" es la negación de las libertades democráticas. Si dirigieran las voces contra la incuria política, hasta serían entendibles. Pero apuntar contra el turismo que alivia tantas carencias internas les delata como lo que son: agitadores contra todo y contra todos.