No era raro hace 50 años ver como en cualquier pueblo de España los paisanos se enfrentaban contra conatos (incendios extinguidos antes de que quemen muchas hectáreas), al grito de "todos al fuego".

Sin darse cuenta de lo que estaba por venir, la vida en los pueblos mantenían centenares de caminos como recién hechos, las fuentes tenían agua y sus prados verdes se mezclaban entre carrascas y rebollos. El fuego estaba presente en aquellos años, pero sin duda, las cosas cambian. Ya no esta el camino que unía al pueblo vecino. Donde estaban los prados y huertas ahora se ha convertido en una maraña de espinos imposible de caminar. Algunas veces es posible ver unas piedras amontonadas alrededor de un charco donde no hace mucho había una fuente que manaba agua hasta perderse en algún río o arroyo.

Ya no se oyen los llamamientos contra el fuego, como no se oyen a los niños jugar en las calles de los pueblos. El silencio los va conquistando, una realidad muy cruda para los que resisten en la tranquilidad de aquello que no es ciudad. Esta desunión entre el monte y el hombre provoca que crezca "sucio" y bravo.

El despoblamiento rural es nuestra gran pena, pero mas allá de llorar nos toca afrontar los grandes retos que el cambio demográfico nos depara y como dicen los bomberos forestales toca aprender o arder.

Los incendios se han convertido en gigantes intratables. El abandono rural, el cambio climático, la especulación del monte y las condiciones laborales inhumanas de los profesionales que se dedican a apagar los incendios hacen que cualquier chispa se convierta en un monstruo que todo lo reduce a cenizas.

La rápida actuación de los medios de extinción es una de las maneras que hemos tenido hasta ahora para no llegar a que se creen estos monstruos. Pero solo hay que encender un televisor para entender que este método se está quedando corto, y como los profesionales tales como la BRIF( Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales), centran las soluciones en torno a la prevención de incendios forestales. Este método se basa en transformar el entorno pudiendo disminuir la fuerza y avance de un incendio antes de que se produzca, pudiendo llegar hasta evitarlo. No es una fórmula mágica, los incendios serán más grandes y habrá más, pero sin duda la prevención es uno de los mejores remedios.

La prevención de incendios recuerda al monte los tiempos de nuestros abuelos donde los caminos estaban limpios, donde el monte puede crecer limpio y a salvo de cualquiera que pueda sacar tajada con su muerte.

En 2011 se crea la categoría de bombero forestal donde se recoge información sobre su actividad (aun por extender), no solo en la extinción o vigilancia, sino también en la prevención de incendios, separándose de la selvicultura pura y por lo tanto separándose completamente del peón o técnico forestal. Así queda patente la necesidad de bomberos forestales todo el año, por su profesionalidad tanto en verano como en invierno.

Ya no se oye los gritos de "¡todos a por el fuego!" pero se susurrará cada vez más alto "los incendios se apagan en invierno".

José Antonio Morillo Gallego