Es imposible imaginar a un Tarradellas o un Maragall en el papel que está representando Puigdemont. El nivel de la política catalanista cae en picado con las actitudes y declaraciones del presidente actual, cuya simpleza delata la angustia de un fracaso anunciado. Ya se ha metido en el jardín del martirio, desafiando al Gobierno español y al Tribunal Constitucional con el incumplimiento de la legalidad y las consecuencias personales que esto conlleva, incluyendo la destitución y hasta la cárcel. No fue elegido sino designado a dedo para la presidencia, como sucesor de un inhabilitado que acaba de citar la independencia como único medio para recuperar la condición de elegible. Que Artur Mas aspire a ello es, por su desprestigio, menos peligroso que las expectativas de Oriol Junqueras. En todo caso, la cerrazón a una salida pactada con el Estado actualiza la irrelevancia de Ibarretxe tras su intentona de desconexión, y sitúa el talento negociador del País Vasco muy por encima del catalán.

Hay más patetismo que grandeza en la predisposición al martirio. Y aún más cuando aparecen las presiones y urgencias de las CUP, que marcan bajo amenaza la hoja de ruta de Puigdemont. Este chantaje sería tan incompatible con la inteligencia, el pragmatismo y la moderación de Tarradellas como con la visión transformadora de Maragall, que en la alcaldía de Barcelona y la presidencia de la autonomía catalana hizo más por su patria chica que todos los que le sucedieron. Lo que hoy se ve al fondo del separatismo son los bonos basura de la economía catalana y la corrupción de toda la etapa pujolista, condena de imposible redención que, entre otras medidas, ha impuesto el cambio de nombre del partido garante de la moderación y fuerza el ocaso electoral que tratan de suplir con el voto parlamentario de los antisistema. Este asunto de las CUP es bochornoso. Ninguno de los buenos políticos catalanes, separatistas o no, hubieran firmado una mayoría con quienes desprecian toda legalidad y dejarán tirados a quienes hoy encadenan una vez conseguida la anarquía. El verdadero martirio del president está en soportar sus exigencias y amenazas, que ya imponen el referéndum antes del 1 de octubre, temerosos de una negociación en el límite que les sacaría del cuadro por apoyo de las fuerzas constitucionalistas. Pensar que Cataluña esté manipulada por esa pandilla es insoportable, incluso para el catalanismo radical.