Igual que hay mujeres en cuerpo de hombre, y hombres en cuerpo de mujer, hay especies en cuerpo de otras. Flotando en un mar verde oscuro, con la frescura justa para descargar termias en el agua lentamente, y el tacto de ésta con esa suavidad que se ajusta a la carne pero la deja estar, va nadando sin rumbo, cambiando estilos o sin estilo alguno. Si se para, nota como el mar lo sostiene con apenas el aleteo de una mano, jugando en el exacto punto de la flotación, que el propio mar le dicta, con el cuerpo en suspensión en el gran cuerpo líquido que lo acoge. Cerca de la orilla se incorpora, echa a caminar y, conforme va saliendo, nota que el peso le regresa al cuerpo y hace hundir sus pies en la arena al andar, mientras siente que los mecanismos y poleas que lo sostienen han vuelto a trabajar y protestan. Entonces le asalta la idea de lo injusto que es vivir de humano cuando se es pez.