En el centro de la predicación de Jesús está el reino de Dios. Este reino no es una determinada forma de gobierno (república, monarquía?), ni un sistema económico (comunismo, capitalismo?), proyecto de animación sociocultural, ni unos valores (igualdad, libertad?). No es el "estado del bienestar", ni es "la democracia de los cielos". Tampoco es una teocracia en la que gobiernen los obispos o los ayatolás. Ni siquiera el reino de Dios se identifica con la Iglesia, aunque esta sea semilla y mensajera del mismo.

Las lecturas de hoy caracterizan al reino de Dios como un tesoro escondido o una perla que se encuentra y vale más que todo lo demás (poder, tener, placer) y pide una entrega total. Este reino y sus decretos son algo espiritual y no de este mundo. Pero sus efectos se dejen sentir en este mundo inspirando la política, la economía, lo social y lo moral.

El mal gobernante, que valora "más el oro y la plata que los mandatos de su boca", al principio cree que lo económico es lo único que importa, olvidando la moral y dejando a Dios aparte, mientras la sociedad se pervierte sola. Más tarde pretende identificar el reino de los cielos con sus ideas políticas, suplantando a Dios y sus decretos, e instaurando unos nuevos, a los que llama derechos (políticos, reproductivos, muerte digna?).

El buen gobernante sabe que no es el progreso económico y el bienestar lo importante para el reino de Dios, sino cumplir su voluntad, expresada en unos preceptos que proceden de Dios, y que no son votados, elegidos, o creados por los hombres. Por eso, como el rey Salomón en la lectura de hoy, pide a Dios sabiduría para "discernir el bien del mal", y capacidad para gobernar a través de ellos con "un corazón dócil, sabio e inteligente". Pues sabe con el salmo que "la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes", y detesta el "camino de la mentira".

Aun así, el buen gobernante sabe que el reino de Dios solo llegará a plenitud cuando llegue el fin del mundo, porque el poder ejecutivo, legislativo y judicial pertenecen solo a Dios, rey eterno y no presidente electo. Así, el reino de los cielos es algo que empieza aquí, pero no termina aquí ("mi reino no es de este mundo"). Mientras tanto, aquí se mezclan los peces buenos con los malos (peces gordos), hasta que "en el final de los tiempos los ángeles separen a los buenos de los malos".

Jesús les preguntó entonces: "¿Entendéis bien esto? Ellos contestaron: "Sí".

¿Lo habremos entendido nosotros de una vez?