Los límites de Europa se extienden hasta donde llegan los valores de la democracia liberal, la tolerancia y los logros de la Ilustración. Entre 1933 y 1945, Alemania no estuvo en Europa, quizás, como se ha dicho en más de una ocasión, porque Alemania pretendía que Europa fuese parte suya, algo que afortunadamente no sucedió.

Estar o no en Europa no es un asunto meramente geográfico sino un vínculo mucho más fuerte. Para acomodarse en su espacio de libertades hay que tener una idea clara de lo que significa pertenecer a ella. Es la ausencia de ese vínculo, tanto colectiva como individualmente, lo que dificulta la construcción del proyecto europeo seriamente amenazado por los populismos y los nacionalismos, los movimientos antiglobalización, el islamismo radical y la Eurasia de Putin.

Pablo Iglesias y su partido, por algunas de las razones que les empujan y mueven, tampoco están en Europa cuando se desmarcan reiterada e insensiblemente de la condena al chavismo mientras Maduro reprime al pueblo venezolano en las calles y lo conduce a extremos de pobreza y necesidad. Lo mismo que se sitúa fuera del vínculo europeo de la democracia liberal, el Govern de Cataluña al pretender saltarse sediciosamente la Constitución con la burda interpretación antidemocrática de que la única ley que existe es la que sale de las urnas, y olvidándose de que la democracia es el imperio de la ley.

Igual que Alemania se ausentó de Europa entre 1933 y 1945, en la actualidad desertan cada día de los vínculos de su desarrollo intelectual partidos nacionalistas y grupos antisistema, dispuestos a destruir una idea de progreso que, con sus errores, resiste cualquier comparación. La historia no se repite, pero rima. Todo se desliza hacia el pasado, de modo que siempre somos los alumnos de un curso preparatorio, como escribió Czeslaw Milosz.