He estado varias veces en la Venezuela de Chávez y Maduro. Conozco a empresarios, profesionales, políticos, funcionarios públicos y ciudadanos que viven allí, a otros que siendo venezolanos ya apenas visitan el país y a otros que hubieron de abandonarlo y no saben cuándo podrán volver. He tenido ocasión de conocer, reunirme, negociar y desarrollar proyectos con miembros de la administración venezolana -bolivariana, según la marca con la que Hugo Chávez invistió una revolución en la que muchos creyeron y que, como todas las revoluciones políticas, ha terminando tiñendo de terror las buenas intenciones de algunos de sus idealistas revolucionarios-.

Venezuela posee las mayores reservas petrolíferas del mundo, aunque su crudo no sea de tan buena calidad como el del mar del norte, el Golfo Pérsico o Nigeria. Aparte en su subsuelo se acumulan muy importantes reservas de gas y algunos de los minerales más demandados en el mercado o de mayor precio por el valor añadido de su aplicación en áreas de alta tecnología, incluido el oro. Por su ubicación, su climatología y recursos hídricos, es un territorio óptimo para el desarrollo de la producción agrícola. Suelo exponer, con menos exageración que admiración, que en cualquier punto de Venezuela tiras una semilla y seis meses después ha nacido una planta de la que puede estar comiendo una familia. Por último, desde el Caribe a la Amazonía, cada rincón de ese gran país es un recurso turístico en sí mismo.

Venezuela es hoy un buen ejemplo de que más que países ricos y pobres, existen países bien o mal administrados. Existen crecimientos económicos sólidos y equilibrados o de burbujas etéreas, coyunturales y crecimientos en los que la llegada de dinero en grandes cantidades en un determinado momento, dispara la inflación y lo que debería enriquecer, termina empobreciendo a medio y largo plazo.

Quien no se ha detenido a leer lo que se ha escarbado por historiadores y economistas bajo la superficie, sigue sin explicarse cómo la España imperial del descubrimiento de América cayó en la mayor de sus crisis económicas y al hundimiento a partir de la llegada de barcos cargados con el oro y la plata de ultramar. Quien se aproxime sin más profundidad que la del mero espectador a la realidad socioeconómica de la Venezuela de hoy, no podrá entender la bancarrota absoluta en la que se encuentra uno de los países "más ricos" del planeta.

Venezuela demuestra una vez más y los venezolanos padecen, cómo la mezcla de populismo y comunismo, indefectiblemente termina sembrando el terreno más fértil de caos, miseria y destrucción (física y moral). A ello contribuyen quienes participan en el festín "llevándoselo en crudo" (convertido en divisas) y aquellos que, como algunos funcionarios públicos con los que he compartido trabajos y conversación y a los que respeto y admiro, entregan todo su esfuerzo y dedicación a cambio de un poco menos que inservible sueldo, en favor de un ideal, el fervor utópico en el que un día creyeron y del que hoy se ven apeados por la dura, cruda y contrastada realidad.

El pueblo de Venezuela toma la palabra para reconquistar su destino y defenderse de quienes se han apropiado indebidamente de las esperanzas, ilusiones y recursos de su nación y del uso mismo de la palabra pueblo. Ánimo y suerte, hermanos.

www.angel-macias.blogspot.com