Bien mirado, ¿qué más da un río que otro si todos llevan agua y desembocan en el mar? Esto, que puede servir para muchas ciudades, no vale para Zamora. Porque aquí tenemos el río Duero, un río ancho, caudaloso, con historia, con personalidad, con fotogenia? un río de categoría. Hemos crecido junto a él, hemos aprendido a amarlo y a respetarlo. Si alguien pudiera recorrer el río desde su nacimiento hasta su desembocadura, libre de presas y obstáculos, recordaría el paso por Zamora como uno de los momentos más memorables.

Zamora debe mucho a su río. Aquí se fundó la ciudad porque era un buen lugar para cruzarlo. Sus habitantes se beneficiaban del agua para beber y para pescar, para regar las huertas y mover las aceñas. Y sufrían cuando, en la época del deshielo, se desbordaba y arrasaba todo. Ahí han quedado fotos de hace unas décadas con la avenida del Mengue inundada y las gentes intentando contener el agua con sacos de tierra. Agustín García Calvo suplicaba: "Te lo pido por tus barbas / Padre Duero / ¡Sálvalos de la riada!" Todavía hoy sigue dando algún susto, todavía impresionan la fuerza y poderío de la corriente, pero ya no es lo mismo. Aunque el caudal descienda en verano, el río mantiene su porte señorial. El Duero lame la muralla y la ciudad se refleja en sus aguas. En la batalla anterior al famoso cerco, el agua del río iba tinta de sangre. Y después, mientras Zamora estaba cercada, qué duro debía de ser para sus habitantes no poder abastecerse de tanta agua como veían desde las almenas. Peor que el suplicio de Tántalo.

Parece un río propicio para sentarse en sus orillas y dejar pasar el tiempo. Quizá un río así inspiró las reflexiones de Heráclito. O las de Manrique cuando escribió: "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar". Mientras estoy sentado, cavilando, observo que las aguas arrastran hasta la orilla una botella con mensaje y, al abrirla, encuentro unos versos dedicados al río Duero. Algún paseante meditabundo los introdujo allá en tierras sorianas. Son las palabras de Machado: "Álamos del amor cerca del agua, / que corre y pasa y sueña" y las de Gerardo Diego: "Cantar siempre el mismo verso, / pero con distinta agua". Haré una cosa. Yo también aportaré algunas poesías escritas aquí. Voy a elegir esta de Blas de Otero: "Por los puentes de Zamora / sola y lenta iba mi alma". Y esta otra de Claudio Rodríguez: "Haz que tu ruido sea nuestro canto, / nuestro taller en vida". También incluiré una de Hernández Pascual: "Río, río me siento como el Duero. / El camino del mar, yo en mi camino, / los mismos puentes para igual destino: / pasar, cantar, morir?" Y esta de Hilario Tundidor: "Herido está el cauce, frías las aceñas". Solo queda meterlas en la botella y dejar que siga su camino hacia el mar. Espero que más adelante haya también algún portugués sentado en la orilla, ensimismado con la corriente, que reciba el mensaje.