Leía el otro día en un periódico que, el mes pasado, un francotirador canadiense había abatido a un combatiente del ISIS, en Irak, a una distancia de 3.540 metros, estableciendo un récord mundial que, hasta ese momento, tenía un británico, quien en 2009 había matado a un enemigo, en Afganistán, a la distancia de 2.475 metros. Y todo ello en un tiempo de diez segundos, que es lo que tardó el proyectil en recorrer, a toda pastilla, el espacio que separaba al tirador del, llamémosle, blanco, tras haber activado el rifle, ya que, al parecer, de un rifle se trataba. Y claro, mientras los rifles los tengan los militares, para usarlos en la guerra, la cosa no da tanto yuyo, pero el hecho de pensar que pueda disponer de este tipo de artilugio otra clase de personas ya sería otra cosa. Vamos, que un tirador situado en la Catedral, por poner por caso, podría acertar a un aficionado dispuesto a entrar en el Ruta de la Plata para ver un partido de fútbol. Esto es un decir. Pero mejor no dar ideas, porque el hecho de que existan tales armas pone los pelos de punta. Y es que la tecnología avanza a pasos agigantados, en este caso para acabar con la vida de alguien, aunque también para proteger la de otros, porque todo depende del lado en que se encuentre cada uno.

Atrás quedaron los duelos a pistola que practicaba la gente de posibles para defender su honor y otras cosas por el estilo, donde la distancia que les separaba era solo de unos pocos pasos. O el "máuser" que se utilizó durante la guerra civil española, que apenas llegaba a varios cientos de metros, en el que el grado de acierto no dependía de los conocimientos técnicos o informáticos, sino del buen o mal ojo del tirador. Porque eso de disparar a varios kilómetros de distancia debe dar la impresión de estarlo haciendo a marcianitos y no a seres reales, lo que puede inducir a tener menos reparo en apretar el gatillo, o a programar el disparo, porque el hecho de no ver al enemigo a la distancia que alcanza la vista, debe intranquilizar bastante menos que tenerlo a dos palmos de las narices con la bayoneta calada. Pero claro, las armas las carga el diablo, y el disparo de ida, cuando menos se espera, puede convertirse en el proyectil de vuelta, ya que el enemigo también hace lo posible por disponer de ingenios de tal porte, máxime teniendo en cuenta que más de una empresa armamentística estará deseando vendérselos.

Dado que es julio, y estamos en el corazón del verano, no debería haber razón para que sintiéramos esa especie de hielo que eriza nuestra piel en estos momentos, pero hechos como éste, hacen que, sin darnos cuenta, nos veamos metidos en un laberinto de ideas y pensamientos que contribuyen a fomentar nuestro desasosiego, y a que pongamos en valor la trascendencia, el respeto y otros valores que nos parecía tener olvidados.

De hecho, tras leer esa noticia, quienes estén vacunados contra el desaliento, han podido pensar si no sería posible inventar algún artilugio de tal precisión que apagara los incendios a grandes distancias, evitando que los bosques sean diezmados cada verano: la naturaleza lo agradecería, y los incendiarios se lo pensarían dos veces, antes de provocar tales actos terroristas. Pero los veranos se suceden y el record de incendios se ve superado cada año, y la superficie desertizada va aumentando, sin que las lluvias ayuden a remediarlo, porque las nubes ya no hacen caso a las rogativas de los curas rurales.

También les ha podido pasar a muchos por la cabeza la idea que se pueda operar a varios kilómetros de distancia: el médico en su hospital, y el enfermo en su casita, tan ricamente, lejos de los virus que acechan en silencio los quirófanos de los centros hospitalarios. Pero parece que la cosa va para largo, que aún se encuentra a nivel de diagnóstico vía Internet, especialmente en países como Australia, donde las distancias son tan enormes que no se puede ir al medico cada dos por tres, aunque bien es cierto que los aborígenes tienen la ventaja que a ningún desaprensivo le serviría de mucho disponer del rifle ese del record, para irse cargando a la gente, ya que no encontraría a nadie en muchos kilómetros a la redonda.

Dándole vueltas al asunto, también hemos podido caer en la cuenta que la política, desde Maquiavelo, cada vez se encuentra más lejos de los ciudadanos, porque ya no es aquello de prudencia, astucia, intuición, contemporización y sabiduría, sino que se rige por leyes, por una mera técnica. Y es que ahora no se considera al ser humano como fin, sino como medio, puesto que como fin solo se entiende al estado y al dinero.

Todos estos pensamientos han podido venirnos a la cabeza por mor de la dichosa noticia de ese rifle que acierta a dar en el blanco a más de tres kilómetros de distancia. Por ese rifle, o porque este sol de verano nos pone la cabeza a pájaros.