Ni se esperaba, ni hubo la menor sorpresa en la comparecencia de Rajoy en calidad de testigo ante la Audiencia Nacional por el juicio del escándalo Gürtel. Todo transcurrió según el guión previsto en Moncloa, y los dirigentes del PP, al final sacaron pecho y achacaron la presencia de su presidente y presidente del Gobierno a un contubernio político del PSOE a través de Adade, la asociación de abogados democráticos de Europa que, como acusación particular, pidieron la declaración de Rajoy en persona. El hecho es que aunque la oposición que forman los socialistas y los de Podemos, ha aprovechado para pedir una vez más la dimisión del presidente del Ejecutivo, todo queda ahí. Nada de nada.

Casi que el interés estuvo más en la puesta en escena que en el contenido de las respuestas del testigo, justamente las que cabía esperar, negando todo, aunque en alguna se pasase de rosca, con declaraciones difíciles de creer. Como cuando hizo hincapié en que su responsabilidad en el PP ha sido siempre política, exclusivamente, lejos de los asuntos económicos del partido, gestión propia de los tesoreros y contables del partido, según precisó. Puede que en parte sea así en cuanto se refiere a temas cotidianos y de trámite pero cuesta creer que así suceda respecto a los grandes montantes financieros que se manejan, como cuando se utilizan fondos para las campañas electorales. Y a partir de ahí, todo lo demás, rechazando que conociese la supuesta caja B del PP, que hubiese cobrado sobresueldos de Bárcenas y que hubiese tenido relaciones alguna con la trama Gurtell.

Daba la impresión Rajoy de recitar una lección bien aprendida. Se comprende que llevara días preparando su testimonio. Aparecía, o aparentaba aparecer, tranquilo, hasta relajado por momentos, sereno y seguro de si mismo. El presidente de la Audiencia había acudido a recibirle en la entrada, pese a que quien iba a declarar como testigo no era el presidente del Gobierno, sino un alto cargo del PP. En la calle, unos pocos grupos de personas vociferantes pero a Rajoy no se le vio entrar ni salir.Luego, ya en la sala le sentaron a la derecha del Tribunal, algo insólito, mirando a los asistentes, periodistas la gran mayoría, un público escaso y muy seleccionado. Parecía que estaba, y lo estaba, en un programa de televisión, con su reluciente pelo negro y su barba blanca.

Dos horas duró la sesión, tras lo cual Rajoy miró al soslayo, se abrochó la chaqueta, fuese y no hubo nada. En realidad, el presidente estuvo por encima de todos, convertido en la estrella, ante una Fiscalía y un tribunal tibios y unos abogados de las partes que no se mostraron a la altura de las circunstancias y que incluso en ocasiones se enredaron ellos mismos sin saber sacar provecho de la situación, como cuando Rajoy reconoció su error en los correos enviados a Bárcenas o admitió como razonable el mantener despacho, coche y chófer al ex tesorero una vez despedido. El presidente fue el ganador, aunque hubiese cosas en su declaración que generen muchas dudas. Pero hay que suponer que un testigo está obligado a declarar la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.