La vejez es la edad de las nostalgias. No puede uno evitar que ese sentimiento con re-lación a muchas circunstancias de la vida invada a uno y lo suma en una pena animada por el recuerdo. Ese sentimiento puede reducirse a una persona y lleva el dolor más o menos callado sin que lo manifieste abiertamente. Sólo en determinadas circunstancias el dolor que siente hondo aflora hasta llegar al conocimiento de los frecuentes contertulios. Pero llega el momento en que el empuje de la nostalgia se transforma en llamada. Y esa llamada obliga a reaccionar de manera eminente; reacción a la que sigue una actividad sobresaliente en la vida monótona del paciente y añoso sujeto. Ocurre con frecuencia manifiesta con relación a la patria chica de las personas a las que ha llevado su necesidad vital a lugares en los que se encuentra el sujeto mayor sumido en una soledad carente de personas familiares que frenen el ansia de dirigirse al terruño en el que se nació y hasta se entretuvo los primeros años, rodeado de numerosos familiares que, menos viajeros, permanecieron en la patria chica durante su vida más o menos larga. Sobre todo si esa vida no fue muy larga y el familiar yace en el cementerio del lugar.

En este enorme Madrid, adonde hemos llegado muy numerosos españoles, puede ocurrir con mucha frecuencia. Es éste un lugar al que han llegado españoles sin familia, sobre todo si no han tenido hijos que hagan aquí su vida y formen una línea de continua descenden-cia. Me vienen a la memoria dos casos, uno que ocurrió hace unos pocos años y otro que recientemente nos sorprendió a los que éramos sus amigos. En el primero habitaban en el mismo edificio donde tengo mi residencia, un varón y su esposa, sin hijos y con la única compañía de una hermana de la mujer. Falleció el hombre y las dos mujeres resistieron en su piso una temporada muy pequeña, Después de esos pequeños años, se trasladaron a su pueblo, Villa-rejo de Salvanés. Desde allí, por cierta amistad que me unía con el difunto, me pidieron que les solucionara algún pequeño problema.Hace bastante tiempo que no tengo noticia de ellas. Sintieron fuerte la nostalgia de Villarejo y nunca más se supo de ellas. Hace menos de un mes, un amigo y compañero de tertulias poéticas se sintió mal un martes y, después de ser ingresado en un hospital, el domingo siguiente falleció solo, sin que nos enteráramos la mayor parte de sus compañeros de tertulias. Hace dos días ha aparecido en la puerta de su casa un anuncio de venta. Es casi seguro que su viuda, ha decidido marchar a su pueblo, en Castilla la Mancha, y no quiere dejar en Madrid ni la casa como recuerdo. Son dos casos en los que la persona de mucha edad se ha dejado vencer por la nostalgia y ha decidido volver al terruño que albergó su niñez. Sé de otros que haríamos algo parecido; pero no lo consideramos siquiera , porque nuestros hijos han decidido fijar su residencia en este lugar tan aceptable (y a la vez tan impersonal) que difiere tanto de la vida familiar de aquel pueblecito que nos vio nacer o nos ofreció una niñez , unida familiarmente a otros niños que hoy peinan cabellos blancos. Y esos dos casos son individuales o poco menos.

Pero hay otros casos en los que el terruño quedó anegado por un río que se transfor-mó en un embalse y hoy ha convocado a sus antiguos habitantes, que se han reunido sobre los restos del pueblo que la sequía ha dejado ver. Varios días hemos podido leer en La Opinión-El Correo de Zamora diversos actos que se han celebrado en Argusino. Ya llevo varios años dialogando con un amigo natural de ese pueblo, que me habla del mismo y me pide lo que de su pueblo aparezca en el periódico. Y, con lo ocurrido en Argusino y que se ha hecho público en estos días, pongo en mi memoria aquellos siete pequeños pueblos que formaron el Ayuntamiento de San Pedro de la Nave, que el Esla, convertido en embalse -como en Argusino el Tormes- obligó a emigrar o a quedar sepultado -como el propio San Pedro de la Nave- salvándose solamente los tres que hoy siguen constituyendo el citado municipio: Almendra, Valdeperdices y El Campillo, que brinda al turismo la iglesia que el historiador Gómez Moreno obligó a trasladar "piedra a piedra" desde el San Pedro de la Nave que iba a quedar bajo las aguas del embalse. Tal vez me uniera con entusiasmo a un acto que organizaran los habitantes de aquellos siete pueblos, si un día decidieran imitar el espíritu de los que han hecho resurgir a Argusino estos días de este caluroso verano. ¡Cómo recuerdo aquellos años que viví llevando la secretaría de aquel Ayuntamiento y Juzgado!