Aunque se lo atribuyen en exclusiva, como suyo, Barcelona 92 fue un éxito colectivo, un éxito de Barcelona, de Cataluña, de España y de todos los españoles. Ahora que han pasado 25 años a nadie le queda un solo resquicio de duda: el trabajo de todos fue perfecto, la ilusión se hizo realidad. La puesta en escena fue impecable, España se mostró al mundo como una nación creativa, abierta, dinámica, joven, democrática y plural. Eso era así en 1992. El año de los fastos. El año de las efemérides.

En 2017 son muchas las cosas que han cambiado. Cataluña es un fracaso colectivo. Barcelona una ciudad dividida. No hay ilusión, es otra cosa alimentada por unos pocos, que puede hacerse realidad entre otras cosas gracias a la falta de respuesta, a la falta de unidad frente al separatismo. Cataluña es hoy una comunidad carente de ideas, cerrada, arcaica, con una democracia en regresión y sectaria, con un populismo autóctono que la aísla del resto de Europa y del mundo.

Qué pena que Barcelona 92 sea un recuerdo. Eso sí, un recuerdo inolvidable, precioso. Los Juegos Olímpicos del 92 convirtieron Barcelona en un destino mundial. No hay más que recordar el resurgimiento de la ciudad en el que florecieron infraestructuras de todo tipo, hoteles e infinidad de beneficios materiales y culturales. Barcelona se abrió al mundo como una flor y todos a una nos reconocimos en el éxito del que se estuvo hablando en todo el mundo durante mucho tiempo. Incluso deportivamente no hemos logrado un medallero mejor que el de Barcelona 92. Todo salió a pedir de boca.

Qué lástima que del espíritu de Barcelona 92 no quede nada en el 17, año en el que se anuncia la tan traída y llevada consulta que los separatistas van a sufragar con dinero español, con dinero de todos los españoles y todos los catalanes, los que apuestan por la independencia y los que ni quieren oír hablar de esa posibilidad. Nunca la sociedad catalana estuvo tan dividida. Nunca como hasta ahora se había iniciado una purga intolerable contra los tibios, contra los que opinan diferente, contra los que apelan al sentido común. Nunca el sectarismo había golpeado tanto a Cataluña como en el momento presente.

No es exageración. Loores al alcalde Maragall que era el regidor de Barcelona en aquel tiempo y uno de los conseguidores. Pero no menos encomios a Samaranch, entonces amo y señor del Comité Olímpico Internacional, hacedor del milagro y con el que Cataluña se ha portado mal y mucho peor Barcelona, cuyo Ayuntamiento, presidido por Ada Colau, mandó retirar del patio del Consistorio una estatua que recordaba su memoria, quizá por su pasado franquista, porque de otra forma no se entiende el desapego, el ninguneo del que se le ha hecho objeto. No me gusta la Cataluña de 2017.Tiene que volver con urgencia al espíritu del 92.

Se viene apelando con insistencia en los últimos días a ese espíritu de unidad que fue ejemplar. Ojala, lo digo sin demasiado convencimiento, se logre algo en positivo. Los empecinados en el proceso rupturista deben empezar a comprender el hartazgo que sufrimos la mayoría de españoles después de tanto agravio, tanto insulto, tanta infamia y tanta demanda absurda. A ver cuándo empiezan a entender que Cataluña no puede quedar reducida a un estado sin importancia, al margen de Europa.