Hace unas semanas este diario daba cuenta de la I Jornada de Innovación Agroganadera, cuyas reflexiones y conclusiones se resumían en que "la supervivencia de los pequeños núcleos de población se considera prácticamente imposible". No es nueva esta afirmación. De forma recurrente vienen publicándose estudios, reflexiones y opiniones que, desde variados puntos de vista confluyen en idéntica tesis.

Se confunden con frecuencia dos conceptos que en realidad son distintos: "población" y "poblamiento". Población es un "número", mientras que "poblamiento" es un "modo". La provincia de Zamora tiene hoy una población de 180.000 habitantes, (+/-), y un poblamiento disperso en más de 400 núcleos agrupados en 250 ayuntamientos o municipios. Las razones históricas, económicas, políticas y sociales que explican esta situación están sobradamente estudiadas y son comunes a casi todas las provincias castellanoleonesas. No vamos a entrar aquí y ahora en analizarlas, ni siquiera enumerarlas por conocidas y repetidas. Pero lo que durante siglos fue válido ha dejado de serlo definitivamente.

Cuando en el siglo XIX, tras las Cortes de Cádiz que pusieron fin al Antiguo Régimen, se elabora y promulga la ley que crea los municipios actuales, los legisladores pusieron el acento no sólo en el número de habitantes, sino también en su capacidad de autonomía. Los sistemas de producción seguían siendo los mismos que en siglos anteriores y la proximidad a la propiedad resultaba imprescindible. El modo de vida de aquellas gentes tenía pocas exigencias y era fácil satisfacerlas?

En la segunda mitad del siglo XX, como todos sabemos, se producen cambios profundos en todos los aspectos de la vida y de la producción que inciden directamente en la estructura poblacional y sociológica. Son cambios que marcan el "km. 0 del futuro". Los pueblos retroceden a paso acelerado en cuanto a población se refiere y avanzan, también aceleradamente, en exigencias y condiciones de vida. El resultado es el que todos conocemos: la inmensa mayoría de los antiguos municipios se han transformado en mini-cipios, totalmente incapaces de satisfacer las necesidades más primarias, abocados irremisiblemente a la extinción. Usando lenguaje médico -por duro que resulte- son enfermos terminales a los que ni siquiera son aplicables cuidados paliativos.

Aunque conscientes del problema, los intentos de ordenación territorial que manejan los políticos no parecen orientados en la buena dirección en cuanto no van a la raíz del problema. "Salvar el mundo rural" no es mantener en pie -con respiración asistida- tanto mini-cipio, sino crear núcleos mínimamente dimensionados donde la "vida rural" resulte fácil y atractiva para quienes la elijan. Para ello resulta imprescindible "concentrar" la población. No hablamos sólo de suprimir Administraciones Municipales sino en primer lugar afrontar la creación de "pueblos" donde esa vida rural del siglo XXI pueda florecer y desarrollarse.

Está claro que orientar la solución del problema exige, en primer, lugar un pacto sincero y firme entre partidos políticos o clases dirigentes. En segundo lugar, crear un equipo humano solvente e interdisciplinar que oriente los pasos a seguir y los tiempos a respetar. En tercer lugar desarrollar un proyecto incentivador para ofrecérselo a quienes anclados en prejuicios y tradiciones ya imposibles muestren reticencias a cambiar su residencia de un pueblo moribundo a otro en el que pueda encontrar vida.

No ignoramos la problemática y las dificultades de una tarea semejante y a ello dedicaremos otros artículos; pero lo que muchos estudiosos -de áreas diversas- defienden como inaplazable es despejar la disyuntiva entre dejar morir los pueblos -y con ellos la vida rural- o fomentar núcleos donde se den condiciones suficientes para la vida de un futuro tan próximo que ya lo tenemos a la vista. El avance y desarrollo de la provincia tiene como premisa liberar las ruedas del carro de los palos que las inmovilizan.

Andrés Domínguez Cabezón