Cada año, cuando sobre la concha de mi ciudad tiene lugar la exhibición aérea, y la Patrulla Águila y otros virtuosos hacen sus prodigios en el cielo, suelo estar pendiente, mientras me baño en la mar, de lo que hacen las aves habituales. Normalmente las gaviotas se espantan, mostrándolo con graznidos estridentes. Quizás, hechas a la idea de que el depredador habita en tierra firme, y el aire es un espacio a salvo, la intromisión aérea les rompa los esquemas, igual que cuando los fuegos artificiales bombardean, aunque es más sencillo pensar que sea debido al ruido. El caso es que ayer (¿o fue impresión mía?) las gaviotas parecían casi indiferentes ante el brillante ataque aéreo. Tal vez está ya en su calendario, como estará la periódica destrucción de huevos en sus nidos. Esto querría decir que todo agravio o desgracia es tolerable, a condición de que forme ya parte del programa.