las parábolas expuestas por Jesús en el Evangelio de este domingo nos hablan de cómo el Reino germina en la historia de las comunidades, pueblo y culturas; y, más en concreto, cómo germina en la vida de aquellos que lo aceptan como el modo de vida que quieren hacer realidad. Pero a la par que germina el Reino en el ser humano, germina también el anti-reino.

La parábola del trigo y la cizaña es bien conocida. Pero es también olvidada en la práctica. En las primeras comunidades había hermanos de distinta proveniencia: unos judíos y otros griegos. También había hermanos que vivían con seriedad los ideales cristianos y otros que trataban de acomodarlos a sus gustos y caprichos. Como ahora.

En ese ambiente, siempre debió de haber algunos que soñaban con una comunidad perfecta y trataban de expulsar a los relajados. Los buenos no podían tolerar a los malos. Ojalá nosotros no seamos cizaña que envenene el mundo, sino que seamos buen trigo que sirva de alimento a los hombres y de satisfacción a Dios.

Para el cristiano, la tolerancia no significa ignorar la diferencia entre el bien y el mal. La tolerancia se identifica con la paciente esperanza y con la humildad de quien ha renunciado a ser el juez definitivo de la historia.

Los seguidores de Jesús hemos de vivir inmersos en la realidad, compartiendo con todos y aportando nuestra vida trasformada por el evangelio. Sin juzgar ni condenar, con entrañas de misericordia para acoger, perdonar y convivir con todo el mundo.

El bien y el mal convivirán en la sociedad y dentro de cada ser humano hasta el fin de los tiempos. Y, así como Dios tolera a todos en la creación -buenos y malos-, así también debe respetarse la libertad del ser humano, que es un bien esencial del reino. No precipitemos los juicios. El "enemigo" o el "maligno" representan a quienes pretenden hacer fracasar la obra de la salvación. Se dan, pues, dos siembras opuestas. Se nos invita a que seamos pacientes y humildes en nuestros juicios. El fácil recurso a dividir a las personas en buenas y malas es simple e inexacto: todos tenemos de todo. Al final, Dios juzgará por las conductas.

Los cristianos estamos llamados a ser constructores de comunidades fraternas y acogedoras, como el árbol que permite que los pájaros aniden en él, comunidades que sean un signo visible de que el Reino ya está presente y de que es posible vivir hoy según la propuesta y el modelo de Jesús.