Hace unos pocos años y ya en plena era de la digitalización masiva y enfebrecida, deshumanizada pero productora de pingues beneficios para sus explotadores, llegó la moda general de no enviar al usuario la correspondiente facturación a través del correo de toda la vida forzándole a entrar en sus páginas webs para saber lo que había pagado. Como en la mayoría de los casos no había otras opciones, todos hemos tenido que ir acostumbrándonos a entrar por el aro y comulgar con las ruedas de molino, pues las grandes compañías y empresas tienen tal morro que hasta recurren al medio ambiente para concienciar al consumidor, tratando de justificar lo que no es otra cosa que un deseo de ahorro por su parte para aumentar sus beneficios.

Una de las que más se ha distinguido en este cambio impuesto, y que más criticas ha recibido y sigue recibiendo siempre ha sido Telefónica. Con el nuevo presidente habrán ido a mejor las cifras económicas de la poderosa operadora multinacional, privada y pública, pero el servicio cotidiano al usuario sigue siendo igual de malo, de insatisfactorio. Sus subidas de precio son todo un abuso y un incumplimiento manifiesto de sus contratos y sobre esto ya se han pronunciado los tribunales en alguna ocasión, aunque a la hora de la verdad, como ocurre con el sector de las eléctricas y el de la banca, todo queda en nada, o más exactamente, todo queda para ellos. Pues bien, cuando dejó de enviar los recibos de papel al domicilio, empezó a mandar, a los correos electrónicos facilitados, un aviso anunciando la cantidad a pagar, que es lo que mas interesa. Pero eso poco duró, y ahora avisa que ya se ha pasado la factura, pero para saber cuanto supone hay que entrar en internet, en la página de la empresa.

Completar el proceso resulta misión difícil, y ya es chocante que una compañía líder de telefonía disponga de tan pobre servicio y tan limitados recursos. Todo son dificultades, en forma de desvíos, de contraseñas, de enlaces que no enlazan, de apps que no funcionan, y cosas así. Siempre queda el teléfono, claro, pero conseguir hablar con alguien que no sea una máquina cuesta muchos minutos de espera, si es que se consigue, minutos que van tarifando a favor de la operadora y ampliando el próximo recibo, pues no suelen llamadas gratuitas de tarifas planas. De todos modos, si se consigue ser atendido, lo más fácil es que puede que le expliquen algo pero no le solucionan nada en realidad. De modo que las críticas se amontonan en la red, persistiendo en el viejo y lamentable hecho de que la telefonía es el sector que más quejas y protestas despierta en la población.

Tanto es así que en la encuesta anual de la Facua, la federación de asociaciones de usuarios y consumidores, Telefónica lleva cinco años consiguiendo el nada honorífico honor de ser considerada la peor empresa de España en este sector. Claro que también es la operadora que con más clientes cuenta, con diferencia. Puede que sea su posición privilegiada la que origine esta situación. Pero una empresa de tal categoría está obligada a superarse, a ir a más, a mejorar sus servicios.