La medida decretada en 10 de mayo de 1516 sobre "alistamiento de gente de ordenanza" no tuvo buena acogida entre la nobleza del país. Se trataba de reclutar soldados con fondos públicos y mandados por oficiales Reales. Aquella medida ponía los cimientos para lo que sería un Ejército permanente, cuya conveniencia y utilidad negaban los nobles, pues estaba destinado a concluir con el poderío de éstos. Para los pueblos tampoco era una novedad agradable, ya que vulneraba los fueros y alteraba costumbres arraigadas.

Valladolid, León, Salamanca, Medina, Toro y Zamora se negaron a la reforma, considerándola contraria a las libertades públicas, si bien tuvieron que ceder ante la inquebrantable voluntad del Cardenal que, con amonestaciones y amenazas, preparó gente de guerra que hacía efectivo su mandato. Tocaron a la ciudad de Zamora cuatrocientos piqueros, que organizados brevemente, salieron a campaña contra los franceses que pretendían restituir la Corona de Navarra a Juan Albret, Conde de Perigord, Vizconde de Limoges y de Tartas.

El 27 de septiembre de 1517 llegó el Rey Carlos I a las costas de la Península, desembarcando en Villaviciosa acompañado de un séquito de señores flamencos que influían por completo en su ánimo. Entre la arrogancia del nuevo Rey, que desconocía las ceremonias, las costumbres y aún la lengua, y su ingratitud con el Cardenal Cisneros, al que relegó sin verlo a su diócesis, hirieron el sentimiento nacional, dando lugar a una excitación de mal agüero en el principio de su reinado.

El menosprecio del Monarca hacia Cisneros pudo influir en la muerte de éste, que se produjo el 8 de noviembre de 1517.

En las Cortes reunidas el año de 1518, se puso de manifiesto el sentir de los procuradores que pedían, entre otras cosas, que el Rey hablase castellano para que pudieran entenderse entre él y sus súbditos; que no se extrajese moneda del Reino, y que no se diesen los cargos públicos a extranjeros. El malestar se acentuó más cuando, elegido Emperador de Alemania, convocó Cortes en Santiago de Compostela a fin de pedir nuevo subsidio con que atender a los gastos de viaje de su coronación, cuando aún no se había acabado de cobrar el que le otorgaron las Cortes de Valladolid.

La situación se exacerbaba día a día, y Zamora eligió a Bernardino de Ledesma y a Francisco Ramírez, caballeros del Concejo, dándoles instrucciones para que negaran en absoluto la autorización para la salida del Emperador de España, y que todo nuevo tributo también se le negara, antes de que respondiera a los memoriales y peticiones tocantes al buen servicio del Estado, lo que motivó que el Emperador resolviera trasladar las Cortes a La Coruña, citando en audiencia privada a los procuradores de Zamora para convencerles de las causas que le inducían a ausentarse del Reino, la escasez de fondos en que estaba y la facilidad de conseguirlo en Galicia.

Con lo que, conseguido el servicio extraordinario de trescientos cuentos (unidad de cuenta) de maravedíes, se embarcó el Rey en la Coruña, confiando al Cardenal Adriano la Regencia de Castilla.