Debería todo hombre que se precie fundar una tertulia? ¿Pertenecer a una tertulia es un derecho o un deber? ¿El buen tertuliano nace o se hace? Plantar un árbol, tener un hijo y fundar una tertulia. Ya luego, con las experiencias vividas en ella se puede escribir un libro. El periodista Antonio Díaz-Cañabate (1897-1980) publicó en las medianías del siglo pasado un libro recomendabilísimo, 'Historia de una tertulia' (Espasa) por el que desfilan anécdotas, narraciones, historias y semblanzas de las gentes que a ella acudía, en el café Lyon.

Iban Lili Álvarez, campeona de tenis; el arabista Emilio García Gómez; los escritores Edgar Neville, Eugenio D'Ors o José María de Cossío; toreros como Juan Belmonte; políticos, intelectuales, diletantes, millonarios, ingenieros, pobretones, etc. Las tertulias de este tipo proliferaban, había casi una en cada esquina, Madrid tenía centenares de cafés. Luego llegó la televisión. Y la aversión al franquismo por todo lo que fuera reunión y debate. Y las cafeterías modernas, nada que ver con los cafés clásicos.

Hoy decir tertulia es imaginar a un nota sabelotodo en la televisión o radio. A veces vociferando. No siempre fue así. Sin embargo, quedan tertulias. Tertulias futboleras de lunes en bareto de barrio; tertulias jurídicas mensuales en marisquería. Tertulias políticas en coctelería de hotel, tertulias estudiantiles cotidianas en la sala de profesores. Hay tertulias etílicas en las que nunca se pone el sol; tertulias de poetas que acaban a hostias, tertulias sabatinas de filatélicos que toman vasos de clarete en una plaza mayor y tertulias de domingo con vermú después de misa.

Los ministros tienen una tertulia semanal y la llaman Consejo de Ministros, dijo Cañabate. En un artículo sobre las tertulias no puede faltar una mención al café Gijón. Umbral describe con portentosa adjetivación a todos los que allí acudían en 'La noche que llegué al café Gijón'. Hay tertulias que deberían figurar en el currículo de uno y tertulias a las que uno no hubiera querido nunca acudir.

Hace años fundé una junto a un grupo de periodistas. Invitábamos a algún político a que nos contara cosas jugosas. No estreché lazos con ninguno de esos políticos aunque a alguno lo conocí mejor. Sí estreché lazos con mis compañeros de tertulia y profesión. Uno de los invitados fue tan idiota que nos habló como si estuviera en una rueda de prensa. Otro se tomó tan en serio lo del off the record que nos confesó sus gustos sexuales. Ya hace muchos años que no está en activo. Políticamente, quiero decir, no sé sexualmente. Sí, todo ser que se precie debería fundar una tertulia. Pero ojo, para hablar y escuchar. Pegar la chapa, no. Plantar un árbol, sí.