Cuando era intención de la Junta de Castilla y León construir un centro de congresos en cada una de las capitales de provincia de la región, el entonces y actual presidente contactó con el alcalde de Zamora para solicitarle su opinión sobre cuáles serían los terrenos adecuados para ubicar el de esta capital. No sin cierto asombro recibió el mensaje de que mejor que un edificio de nueva planta era adaptar y rehabilitar el teatro de la Universidad Laboral. Esa misma mañana el presidente se trasladó desde Sayago, donde inauguraba una instalación de Sayagua, hasta Zamora para conocer el teatro del que le hablaban. Apenas entró en él, se alejó cualquier duda sobre la decisión a adoptar.

El siguiente paso fue una visita a Zamora del arquitecto navarro Patxi Mangado quien, conocedor de la importancia arquitectónica del inmueble, se hizo acompañar por el director de la cátedra de arquitectura Luis Moya, de la Universidad Politécnica de Madrid. Sobra decir que el proyecto les entusiasmó, aunque lo más importante fue escuchar cómo destacaron ambos la calidad arquitectónica de los proyectos de Moya, entre ellos el de Zamora y cómo, de haber nacido en otro país o incluso en España en cualquier otra época no marcada por el estigma del franquismo, el arquitecto tendría un reconocimiento al nivel del de los mejores del planeta.

Por razones presupuestarias de la Junta y la llegada de la bíblica maldición de los años de vacas flacas, el proyecto quedó en agua de borrajas, apenas iniciada la construcción del edificio anejo al teatro. Así, una de las asignaturas pendientes de Zamora con respecto a su patrimonio, siguió a la espera de un día ser subsanada. Momento que parece haber llegado ahora y que esperemos no se trunque o retrase una vez más.

Dicho lo cual, el fin último de las cosas no solo está en que sean hechas, sino en que se hagan bien. El valor de los edificios radica en su calidad conceptual y constructiva, pero la elevación o deterioro de ese valor estriba también en el uso del que se dote a los espacios. El alma con el que se llenen los huecos que la piedra deja. En esto, Zamora y Castilla y León están en deuda con alumnos y profesorado del Conservatorio elemental y profesional de música, en el cual es infinitamente superior la calidad del alma que lo llena, que la de las decrépitas paredes e instalaciones que lo acogen.

Zamora necesita unas instalaciones dignas, adecuadas, a la altura de las enseñanzas musicales y de los cientos de alumnos que cada curso construyen en él esa parte tan históricamente arrinconada en España y tan radicalmente imprescindible para una sociedad más cívica, humana y humanista, como es la cultura. Aunque hoy los medios de comunicación y la política nos han acostumbrado a llamar cultura a manifestaciones de lo más variopinto -que en algunos casos apenas soportan el paso de unos pocos meses para ser olvidadas-, no todo es cultura. Sin ser usos excluyentes, la disyuntiva "centro cívico frente a Conservatorio" no solo es reduccionista e ideológicamente demagógica, sino profundamente injusta. Entre Mozart y la zumba la distancia no solo se mide en siglos.