Solemos dar la espalda a aquello que nos asusta, pensando de manera inconsciente en que las desgracias son solo parte habitual de un noticiero de televisión, pero nunca de nuestra propia realidad. Creemos que la fragilidad del ser humano no va con nosotros y que la vida es un caudal inagotable del que podemos disponer a nuestro antojo. Y, obviamente, no es así. Es más, aun sabiéndolo, el miedo nos empuja a la absurda negación.

Esto no deja de ser más que una pequeña reflexión a propósito de la siniestralidad en las carreteras, ahora que la época estival nos lanza en masa al asfalto. Aunque más bien el origen de estas líneas es realmente una interesante conversación con una chica joven que sufrió un accidente de tráfico en pleno mes de agosto. Su relato es conmovedor y ojalá que muchas personas pudieran escucharla antes de subirse a un vehículo sin la debida concentración. Créanme que sus palabras suponen todo un aldabonazo a nuestra conciencia esquiva y traicionera. Y a pesar de que algunos de sus consejos nos puedan sonar a todos, no es lo mismo cuando quien te lo cuenta es, como digo, una persona muy joven, sentada en una silla de ruedas, con unas ganas tremendas de vivir y, sobre todo, de luchar contra las dificultades y las limitaciones. Si además percibes en sus ojos el deseo de que a nadie le suceda lo que a ella, la charla adquiere entonces un tono profundo e inspirador, cuyo contenido me propongo compartir humildemente aquí.

"No hay que estar al cien por cien al volante", afirma, "sino al doscientos por cien". Insisto en que quien así se expresa es una chica de poco más de 20 años que nos recuerda las nefastas consecuencias que una mínima distracción al volante puede provocar. "La carretera no es una competición ni el tiempo nuestro enemigo", continúa. "Estamos convencidos de que estas cosas pasan, pero nunca a uno mismo, hasta que pasa y algunos lo podemos contar, pero otros muchos no".

"Hay que insistir en que al volante sólo caben cero drogas y cero alcohol", prosigue, mientras nos alerta de que los accidentes truncan muchas vidas inocentes.

La vida, precisamente, se ve de forma muy diferente desde una silla de ruedas. "Estar así, siendo una persona totalmente dependiente, es duro no sólo para mí, sino para todos los que me rodean. Aprendes a vivir, porque de todo se sale, pero claro que no se lo deseas a nadie, ni a tu peor enemigo".

Es bueno, nos advierte, que desde las administraciones se invierta todo lo posible en campañas de concienciación. "Es una inversión en vida", dice, mientras que con una madurez impresionante hace un llamamiento a la educación, a la actitud personal y al respeto al prójimo y a uno mismo. "Detrás de un accidente de tráfico hay familias, amigos, vecinos e incluso un pueblo entero que sufre cuando saltan noticias tan tristes".

Pero, somos así. Nos ponemos de perfil ante lo que nos atormenta, con una indiferencia pasmosa. Solo reaccionamos frente al dolor, cuando lamentablemente ese dolor era muchas veces evitable. Nos cabreamos frente a determinados comportamientos estériles, pero luego no somos capaces ni de respetar, por ejemplo, los límites de velocidad o las recomendaciones que todos conocemos. Es el mundo al revés, la intransigencia al cuadrado? vamos, un sinsentido. Porque no se trata de cuestiones menores, sino de tu propia vida y la de tus seres queridos. Por eso, las palabras de esta joven víctima de un accidente de tráfico son tan reveladoras e importantes. Pensemos, siquiera un instante, en todo ello antes de arrancar el coche. La vida nos lo agradecerá.