Eso del tamaño no es ninguna obsesión en los seres humanos. El tamaño ha tenido su importancia desde que el mundo es mundo. Y no se descubre su importancia con el correr de los años, si no en el mismo seno materno o como poco cuando se toma contacto con la realidad una vez fuera de ese espacio tan recogido, tan calentito, tan entrañable, tan único. El tamaño es el tamaño. Pero, oiga, por favor no me malinterprete, no estoy hablando de ese tamaño en concreto que obsesiona al género masculino en número plural, no. Me estoy refiriendo al tamaño físico, es decir, a la estatura.

Sepa, querido lector o lectora que investigadores de la Universidad de Conpenhague han comprobado que, de alguna manera, los niños nacen ya sabiendo o quizá lo aprenden en sus primeros meses de vida, que la jerarquía es cuestión de tamaño. Vamos, que frente al primo de Zumosol, Pulgarcito no tiene nada que hacer, salvo que Pulgarcito sea más avispado y la inteligencia prime.

Parece ser que entre los ocho y los diez meses, los bebés que aún no saben pronunciar palabra alguna medianamente coherente saben ya que los individuos más grandes son también los más poderosos. Curioso ¿no? Conozco a algún señor bajito con un poder económico salvaje, como los limones del Caribe, por mucho que no tenga ni media bofetada. Danny de Vito nada tiene que envidiar a Michael Douglas con quien ha compartido reparto en tantas desternillantes películas, a la hora de hacer cine y cobrar bien cobrado por su trabajo. Y en Hollywood tiene su peso específico.

Dicen los sesudos científicos que al igual que algunas especies animales crecen y elevan su pelaje para imponerse a otros individuos, los bebés relacionan de alguna manera la dominación social con la talla. Sánchez y Rajoy no son precisamente bajos, ¿verdad?. No todos los presidentes autonómicos dan la talla física, y sin embargo algunos llevan años y más años en el sillón presidencial. Paso olímpicamente de estatura física, porque si no hay grandeza de miras, si no hay estatura intelectual, si no hay lo que tiene que haber, de nada sirve medir centímetros de más.

Lo que queda bien claro tras el estudio de marras es que los bebés, que de tontos no tienen un pelo, aunque en algunos casos nazcan prácticamente sin cabello, aprenden rápidamente ciertas nociones que les permiten comprender mejor el entorno social y cultural en el que se van a desarrollar sus vidas a la vez que aprenden ciertos elementos abstractos de su mundo social. De mayores, claro, se rebelan y de todo lo aprendido y comprendido, ¡ni Pamplona! Y eso a pesar del tamaño.