Muchos asistimos perplejos a un espectáculo inquietante en Cataluña que parece montado por algún truhan despechado. Como es sabido, la palabra truhan ya no se acentúa, pero no por eso ha perdido sus significados de granuja, pícaro, bribón, sinvergüenza, estafador, pillo y rufián. Ante los desafueros o truhanerías de los actuales dirigentes catalanes, ¿habrá que recordar aquella invectiva lanzada por Cicerón en las "Catilinarias"?: "¿Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?" (¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?)

Si un territorio forma parte de un Estado soberano no es una colonia y carece de fundamento legal para exigir o proclamar unilateralmente la independencia. Puede, eso sí, organizar una secesión -los dirigentes catalanes emplean el eufemismo desconexión-, como ocurrió en Katanga en 1960 o en Biafra en 1967, en ambos casos con las armas en la mano. Ambos intentos fracasaron; solo en Biafra hubo un millón de muertos.

Así suelen organizarse las cosas para intentar alcanzar "horizontes luminosos" -el emblema de Biafra era un sol naciente-, una metáfora que no difiere mucho de "tomar el cielo por asalto y no por consenso", vieja consigna acuñada por Karl Marx. El autor de "El capital", que era de origen judío, parafraseó el texto del Evangelio de San Mateo: "El reino de los cielos sufre violencia y los violentos se hacen con él".

Algunas preguntas pertinentes: ¿Hasta qué punto hay que ser violentos? ¿Basta con organizar manifestaciones? ¿Criticar ferozmente el sistema, pero sirviéndose de él para sobrevivir con holgura? ¿Denostar las instituciones y, al mismo tiempo, participar en ellas? ¿Acuñar frases más o menos sutiles y muchas veces panfletarias, basadas en sueños evanescentes o en manuales marxista-leninistas? ¿Inspirarse en el "Libro Rojo" de Mao o en los cómics del mexicano Eduardo Humberto del Río García, alias Rius? He leído dos de sus libros, "Cuba para principiantes" (1966) y "Marx para principiantes" (1972); son dos historietas tan hilarantes como falsarias, en las que se aboga más por la reeducación forzosa que por la libertad.

Hay cosas tan obvias que sonroja tener que traerlas a colación. En este país todos los objetivos políticos son legítimos, pero para conseguirlos hay que respetar las reglas del juego. Si una ley le parece a alguien injusta, puede hacer todo lo posible para cambiarla. Si considera obsoleta la Constitución vigente, tiene cauces legales para intentar reformarla o derogarla. Pero, si opta por la insurrección o la secesión, sea o no armada, tendrá que afrontar las consecuencias con gallardía.

Todo lo demás son componendas y malas artes para distraer a un personal previamente adoctrinado. Es el colmo de la posverdad, sustantivo que ya ha asumido el Diccionario de la Lengua Española con el significado de "información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público". Suscitar emociones, inculcar creencias y fomentar deseos en una población no es nada novedoso; el último representante genuino de esta artimaña fue Hitler, pero todos sabemos cómo acabó aquel ardid y el coste que acarreó.

Para que Cataluña triunfe y vuelva a ser rica y plena -como se invoca en su himno-, no hace falta empuñar hoces bien templadas, porque actualmente se siega con cosechadoras. La única cosechadora política homologada en España es la Constitución, aprobada por una inmensa mayoría el 6 de diciembre de 1978, también por los catalanes con algo más del 90 por ciento de los votos emitidos en esa Comunidad Autónoma. Esta es una realidad histórica fehaciente e incontestable. Las promesas de "horizontes luminosos" son una triquiñuela más para manipular los descalabros de hoy y para ocultar los oscuros nubarrones que se ciernen sobre un futuro tan incierto como delirante.