Lleva haciéndose eco repetidamente La Opinión-El Correo del alarmante descenso de natalidad y el envejecimiento imparable de nuestra provincia. No deja de ser paradójico que habiendo aumentado la renta "per cápita" disminuya el capital humano de la región. La historia de nuestros ancestros es en cambio un reto de esfuerzo titánico contra los elementos naturales y geográficos a la hora de asentarse y tomar posesión de un tierra a la que había que había que sacar provecho para dar sustento a una población heroicamente acostumbrada, por otra parte, a la lucha por la supervivencia tanto en la paz como en la guerra que, por si fuera poco el precario socorro médico, venía a diezmar poblaciones enteras mandando al otro mundo mano de obra joven y en edad de engendrar.

No sé si es casual que el día mundial de la población coincida con la festividad de San Benito de Nursia, fundador del monacato en occidente y patrono de Europa. Su idea, como veremos, tuvo transcendencia espiritual y material que hasta hoy perdura. En este sentido, la labor de los monasterios como germen de ciudades y pueblos es evidente a poco que leamos algo de historia. El poder dinamizador de la economía y el foco cultural que desempeñaron es conocido, aunque a veces, por intereses demasiado evidentes, se ignora o desdeña adrede. Un papa tan intelectual como Ratzinger tomó el nombre pontifical de Benedicto porque admiraba el enorme poder de fermento espiritual y material que las abadías tuvieron en el devenir de Europa y por consecuencia en el Nuevo Mundo. Un monje también, Bonifacio, de origen inglés, fue el que llegó antaño a la tierra originaria del papa emérito, evangelizando a los germanos poco romanizados para incluirlos, a su vez, en el sistema civilizado que vivía de la herencia del imperio romano en declive. Pero fue Benito quien escribió la Regla de vida en común, breve y clara, para los monjes y eremitas que andaban por libre. Parece increíble que lo que después derivó en complejos organismos monásticos tuviera su inicial constitución escrita en no más de un pergamino. Y por si no quedaba claro el modo de vida regulado y propuesto, se resumía con un lema: "Ora et labora", reza y trabaja. Las posteriores órdenes monásticas siguieron en buena medida el esquema básico de esta Regla y el modelo de la primitiva comunidad que Benito fundó en la cima de Monte Casino cuya abadía siguió en pie hasta que fue bombardeada en la segunda guerra mundial. Poco pueden hablar ya las piedras de la cuna del monacato aunque sí los libros de aquel primitivo cenobio, donde estudió Santo Tomás, pues buena parte de los fondos documentales y bibliográficos fueron evacuados.

Los monasterios fueron el reducto intelectual de una Europa heredera del legado clásico greco-romano que estaba destinado a desaparecer en medio de interminables conflictos. En este sentido también se pronuncia el historiador Diarmaid MacCulloch cuando afirma que la supervivencia de la cultura europea habría sido inconcebible sin los monasterios y los conventos. Tampoco la historia de España y singularmente la de los orígenes de Castilla y León como entidad político-social propia. Tenemos que irnos a los orígenes de la Reconquista para ver avanzar el frente cristiano desde el norte repoblando la Meseta. No era fácil ni exento de riesgos este avance, por lo que los campesinos que se atrevían a jugársela, cerca de la frontera con el Islam, recibían tierras, y privilegios aquellos municipios que estaban más expuestos. En este empeño repoblador los monasterios también tuvieron un papel destacado aportando fuerza espiritual y capacitación intelectual para la organización de los nuevos asentamientos o repoblaciones. Otro historiador, el sabio Don Claudio Sánchez Albornoz, nos resume el proceso: "Los primeros repobladores construyeron monasterios que no sólo fueron centros de oración y de diálogo con la divinidad sino más o menos importantes conjuntos de población, clerical y laica a la par." Lo curioso del fenómeno en nuestro caso es que cuando en la Meseta se iba formando un número creciente de campesinos propietarios libres, en Europa se producía el fenómeno inverso, es decir, una dependencia cada vez mayor del campesino de su señor feudal, dueño de vidas y haciendas. La vida municipal castellano leonesa se desarrolló, debido a las circunstancias señaladas, con alta capacidad de autonomía en la gestión de asuntos comunitarios que los propios vecinos decidían o discutían una vez convocados por el conocido "toque a concejo". Cuando el emperador Carlos I de España viene desde Gante a tomar posesión del reino, con una corte extranjera que ignora la realidad histórico-social castellana, surge la rebelión de las ciudades al mando de Los Comuneros. Se pierde la guerra. Gana el proyecto de imperio que implica pérdida de autonomía urbana pero el rey toma nota y rectifica. Castilla dejará de gobernarse a sí misma para gobernar un Imperio, el continental y el de ultramar. Curiosamente los conventos y monasterios tendrán también en América un protagonismo que se centra en la evangelización más que en la colonización siendo el rostro más amable de los nuevos amos del continente.

No obstante la acumulación de poder y prebendas también les pasó factura a las órdenes monásticas en forma de decadencia e impopularidad. Por no hablar de la polémica desamortización, cuyas heridas mortales -bellamente tristes- las podemos contemplar en Moreruela.

Acabamos en positivo con el recuerdo de Santa Teresa y su humilde proyecto de fundación de pequeños conventos a los que llamaba "palomarcicos" cuya austeridad contrasta con el cálido zureo de la plegaria incesante de la vida contemplativa.