Cuando estudiaba en Madrid como alumno libre, acudía a la Facultad muy pocos días a lo largo del curso, ya que trabajaba para poder comer. Lo que no podía eludir era asistir los días de examen y los dos primeros años procurando compaginar, puesto que me examiné de dos cursos cada año. Eran muy duros para mí los exámenes, porque los años de estudios en la Universidad de Madrid eran muy diferentes a mis años de estudios en Zamora y Comillas. Siempre procuré realizar los estudios y conseguir las calificaciones durante el curso. Mi norma fue : "acordarme desde octubre de que llegaría junio" Estudiaba fuertemente desde el primer día y en Navidades, poco más o menos, había pasado los programas. En Zamora había respondido con suficiencia los días que los profesores habían tenido a bien preguntarme la lección y mis respuestas iban constando en la apreciación -muchas veces también en la libreta- del profesor. En Comillas me apuntaba a todas las posibles "repeticiones". El examen, tanto el escrito como el oral, era para mí un mero trámite en el que refrendaba lo que había manifes-tado a lo largo del curso. Por otra parte, mi exclusiva dedicación a los estudios me facilitaba conocer la materia de las asignaturas para obtener sin apuros la máxima calificación, lo cual me valía para pasar la nota que me exigía la beca que no manten-dría si no sacaba una califi-cación determinada en las asignaturas principales. El único 8 que tuve en los nueve cursos de Zamora superaba en un punto la nota exigida para la beca, aunque me impidiera poder aspirar al Premio del curso. En Madrid n o disfruté de beca ni tampoco se me exigió una calificación especial. Los dos cursos en un año y el trabajo necesario para vivir quedaron muy bien premiados con el notable de media que obtuve en los años de la carrera y que consta en el título de doctor en Filoosofía. Las oposiciones a profesor adjunto (después agregado) y Catedrático me proporcionaron plaza de Profesor para vivir el resto de la vida, en tres Institutos y en la Universidad de Alcalá de Henares.

El estres de los exámenes hacía que necesitara calmar el estado de nervios, cosa que conseguía tendiéndome en la cama con una novela del Oeste que adquiría en algún puesto de segunda mano. También me ayudaba mucho ver alguna película del Oeste, en las que siempre aprendí algo, aunque sólo fuera alguna frase o escena que me ayudara en la vida. Una de las cosas que siempre admiré en las películas del Oeste -y en las novelas del mismo género- era que en la lucha, que siempre se entablaba, constantemente triunfaban los buenos. Mi sentido de la justicia se satisfacía con esta consideración. Y finalmente me resulta admirable la pronti-tud con que allí resolvía la justicia, fuera con armas o a puñetazos -entre particulares- o en los juicios que se realizaban con la presencia de todo el pueblo y en una sola sesión. Era aquella práctica muy contraria a estos juicios que ahora se hacen esperar y duran días y hasta años. Aunque todos decimos que "una justicia que se hace esperar no es justicia"", la verdad es que duran los procesos ahora con una exageración inadmisible.

Me ha llevado al recuerdo de aquellas películas el video que se nos ha ofrecido en la televisión, en el que el actual presidente de los Estados Unidos de América tenía debajo y estaba dándole golpes en la cara a un periodista. No se le veía la estrella de sheriff; pero me imaginé la escena de una película de aquellas, en las que el sheriff y el malo resolvían sus diferencias a puñetazos, cuando prescindían de las armas para el combate Me ha extrañado que sólo pegue el presidente. Tal vez porque el periodista tuvo muy en cuenta la alta condición de todo un presidente de los Estados Unidos de América y no quiso atacar a persona de tan alta dignidad en su propio país, considerado el primero del mundo.

Aquí está la diferencia. No me ha gustado, en absoluto, que el presidente se haya rebajado hasta un espectáculo tan lastimoso. A pesar de que este señor Trump se distinga tanto de los anteriores Presidentes en sus modales y manifestaciones, nunca creí que pudiera rebajarse a entablar una lucha a guantazos, como un vulgar vaquero o un justiciero sheriff de pueblo. Me gustaban mucho las películas y los libros que las describían; pero esta escena, que tan vivamente me ha trasladado al Oeste anterior a la legalidad que lo sucedió, no me ha agradado, sino que me ha producido una repugnancia inadmisible. Estimo que, no un presidente de cualquier país, sino un alcalde del más mísero pueblo o aldea deben resolver las cuestiones por los medios normales que ofrece la legalidad, sea solemnemente o con falta de esas solem-nidades tan al uso en la vida normal de las sociedades de un siglo veintiuno. El hombre, en teoría más poderoso de la tierra, no puede atacar a otro hombre de manera tan escandalosa.