Que la vida del ser humano vale mucho está claro (no para los animalistas). Que está en la naturaleza humana el querer y el deber de conservar su vida y la de los demás es también claro (no para los eutanasistas y aborteros). Que la vida está por encima del tener, también está claro (no para los consumistas). Pero este valor que el hombre da a su vida no es absoluto. La vida por la vida no sirve para nada. Quien se afana por las cosas de este mundo (vivir la vida lo llaman) y se aferra a la vida para poder disfrutarlas no ha entendido que hay cosas que valen más que la vida, y hay ocasiones en las que hay que entregarla. Como cuando Pompeyo dijo: "Navegar es necesario, vivir no es necesario", lanzándose a un mar embravecido para salvar Roma. O cuando el salmo, expresando la fe bíblica, dice de Dios: "Tu gracia vale más que la vida", puesto en boca del justo que se deja matar.

En el evangelio de hoy Jesús asume todo lo anterior, pero va más allá al exigir una entrega absoluta y radical de la vida a su persona ("El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará"), poniendo en segundo lugar todo lo demás (placeres, bienes, poder), incluso las relaciones de amor que parecen absolutos ( "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí"). No es que la vida no valga, sino que vale tanto en cuanto está unida a Él. Y no es que el amor a Él sea excluyente del amor a los demás, sino que el amor humano, siendo muy bueno, no es el amor al que está destinado el hombre. San Pablo lo expresa así: "Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él". Es decir, la vida del cristiano (y de todo hombre) está unida a Él de tal manera, que está metida dentro de Él, en su cuerpo, y unida a Él y a su destino de muerte y resurrección de una manera definitiva.

Así que perder primero la vida entregándosela a Él de una manera total, negándose a uno mismo y viviendo para Dios ("Quien no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí") es encontrarla de verdad.

De aquí que la fe cristiana no sea creer en un libro, ni en unas ideas, ni en unos ritos, ni en unos mandamientos; es confianza y entrega a una persona: Jesucristo. Y todo lo demás se cree y se vive desde aquí. Y si no es desde aquí, desde Él, entonces ni los dogmas, ni los sacramentos, ni el amor a los pobres sirven para nada. Porque el cielo es Él y nada más.