Es paradójico pensar que la misma ley que permite a todo norteamericano portar un arma para defenderse, es la que ha hecho posible que un ciudadano casi acabe provocando una nueva tragedia en ese país, disparando a varios congresistas que jugaban al beisbol, e hiriendo a cinco de ellos. Esta vez, el agresor, James T. Hodgkinson, era un opositor a Trump, que acabó, en su delirio, actuando de forma terrible. Independientemente de sus intenciones, la cultura de las armas en EEUU es una lacra que desde Washington no son capaces de evitar.

Durante la legislatura anterior, cuando se produjo una nueva matanza en un colegio, Obama pretendió limitar el acceso a las armas, pero Trump ha vuelto a liberalizar el sector. Estamos seguros de que este hecho solo va a seguir reforzando la idea de que cada ciudadano tiene derecho a defenderse, aunque lo que no se contempla es que no todos son igual de responsables. Uno puede adquirir un arma como quien compra caramelos en cualquier feria que se preste. Un adolescente puede pedir un fusil de asalto por Internet con la tarjeta de crédito de sus padres. Nadie preguntará nada, salvo que tu apellido sea árabe, entonces, saltan las alarmas. Muchos norteamericanos crecen sabiendo usar un arma, es como ir de picnic, igual que adquirir un coche, es parte de su propia cultura, cumplida cierta edad. Es normal que en cada casa haya dos tres o cuatro armas, como si cada ciudadano tuviera que estar preparado para movilizarse en aras de la salvaguarda de la integridad del país ante una posible amenaza. Solo hay que verlo en el cine. EEUU ha sido invadido reiteradamente por comunistas o extraterrestres con aviesas intenciones que solo pretenden conquistarnos y destruir nuestras libertades, como tan bien hemos podido ver en las dos entregas de Independence Day o en La guerra de los mundos.

Pero los efectos de este paroxismo son letales. Esta vez, ha cobrado su amargo peaje en la clase política republicana. Como se ha podido comprobar, nadie se libra de sus efectos perversos. Sin embargo, hay que recordar que quien mayormente sufre el escarnio de permitir que las armas pueblen las calles a sus anchas (es el país con más armas por habitante), son las clases populares, en donde hay niños que matan a sus compañeros por nada.

A veces por error, otras como si fuera un macabro juego. Tal vez, en el siglo XVIII, cuando EEUU era una colonia y se rebeló contra el imperio británico, fue una ventaja que los futuros ciudadanos norteamericanos supieran usar las armas, cuando eran reclutados para formar los ejércitos rebeldes. Luego vino el famoso Far West, que alumbró un universo que se ha convertido en mito a través del cine de indios y vaqueros. No hay más que ver si no La conquista del oeste o Bailando con lobos. Pero también se ha dado otra América menos prosaica como es aquella en la que surgían organizaciones tan peligrosas como la mafia, que controlaba el crimen organizado, el juego, las apuestas, el alcohol, las drogas? como se recreaba en El Padrino.

En EEUU, parece que el tiempo se ha detenido. El ideal de un pueblo unido y defensor de las libertades de sus ciudadanos es un concepto muy recurrente en filmes de carácter belicista y patriótico. La libertad se confunde, muchas veces, con la manera simplista que tiene EEUU de entender otras sociedades del mundo (lo cual ha derivado en las tragedias de Irak o Afganistán). Unas libertades que no han impedido que se den siderales abismos entre ricos y pobres. Allí todo es posible, es una tierra de oportunidades, pero así mismo de contrastes tan fuertes como terribles, entre quienes son multimillonarios y quienes viven en la más absoluta miseria.

No hay sociedades perfectas. En EEUU, los poderes públicos se recrean en sus virtudes, al ser uno de los países más desarrollados del planeta, pero se olvida de la gente que se ve humillada sin nadie que le defienda de los abusos. Ahora bien, ¿planteará el Gobierno de Trump un mayor control de armas ante este suceso? ¿O bien incurrirá en el mismo desatino de ignorar que cualquiera, recalco, cualquiera, puede adquirir un arma sin control?

El documental Bowling for Columbine(2002), de Michael Moore, lo advertía. Debería ser visionado obligatorio en los institutos del país y, además, por la clase política dirigente. La denuncia sardónica que hace contra el complejo armamentístico es inteligente y siempre oportuna. Radiografía como es esa (in)cultura de la violencia. Porque si el Estado es la garantía de las libertades, ¿por qué hay tanta necesidad de que un ciudadano se convierta en un justiciero? No hay más que acercarse a ver esos sórdidos retratos de las películas de serie B protagonizados por Charles Bronson, Chuck Norris, Steven Seagal?. y toda una serie de subproductos parecidos, incluida la serie El equipo A. Aunque tales producciones son de baja calidad, tras ellas sí se da un retrato indirecto de una sociedad en la que la indefensión ciudadana es latente frente a un poder corrupto. El Estado no garantiza la dignidad, porque el sistema que se ha creado ayuda a que haya mafias y grupos criminales que encuentran en sus debilidades su acomodo gracias al poder del dinero y la coacción. El tiroteo en Virginia es un recordatorio de que cualquiera puede caer víctima de las armas. Que son peligrosas, que no solo las adquieren y portan ciudadanos responsables sino otros que no lo son tanto, capaces, en su delirio, de emplearlas contra otras personas de forma indiscriminada. En Europa, eso es mucho más difícil.

De hecho, aunque no sea ningún consuelo, en el último atentado perpetrado en Inglaterra, los infractores tuvieron que hacer uso de cuchillos, por ese motivo. Aunque nadie está libre de que pueda suceder esta clase de tragedias, no olvidemos que en EEUU, siendo un país con alta confianza en sus valores, mueren más personas por armas de fuego al año con diferencia que en cualquier otro país del mundo (33.000), en una sociedad que vive en paz.

Nada es por casualidad.