Decía hace unos días la Defensora del Pueblo de España, Soledad Becerril, que no sabía en realidad cuál era la solución para erradicar la violencia de género que en lo que va de año ha acabado con la vida de 46 mujeres, según cifras de las feministas, y que quizás cuando se publique este escrito haya aumentado.

La tragedia del asesinato de las mujeres por sus parejas sentimentales ha pasado a llamarse "violencia de género" para denunciar que responde a una situación social de desigualdad que considera a la mujer como una propiedad del hombre con el que vive, se enamora o está a su lado (o cuando decide libremente no vivir, desenamorarse y largarse), y no a un conflicto individual entre dos personas iguales.

Han tenido que pasar muchos años, muchas luchas y muchas mujeres muertas, para que se empezara a tratar esta tragedia como un problema social que obedece a una concepción de la mujer de carácter machista o patriarcal, que es compartida por igual por hombres y mujeres, y que no tiene que ver sólo con lo que sucede de puertas adentro de casa. Que no se trata de violencia doméstica, sino de violencia social contra las mujeres.

Es tan grave esta tragedia que toda la sociedad ha empezado a tomar conciencia y a salir a la calle para denunciar una tras otra las miles de mujeres asesinadas que se van sumando, y que ya superan a las víctimas del terrorismo de ETA. Una terrible comparación que nos permite darnos cuenta de que no se considera igual a unos muertos por cuestiones importantes de hombres como el terrorismo, que a las mujeres que día a día sufren en casa la doméstica violencia de género. Aunque sean más.

También gracias a las denuncias sindicales se va tomando conciencia de otras desigualdades en el mundo laboral: el acceso al trabajo; las categorías profesionales feminizadas y con menor sueldo; la doble jornada laboral y doméstica; el acoso sexual en el trabajo; el techo de cristal?

En los centros educativos se toma conciencia de las actitudes machistas para cambiarlas, se analizan los libros de texto para que no sean discriminatorios, y las chicas sacan mejores notas en general que los chicos y no tienen conciencia de ser tratadas de manera diferente. Aunque todo cambie cuando salen al mercado laboral? y a la calle.

Y han tenido que ser las jóvenes mujeres de una asociación de una pequeña ciudad de provincias, que cada vez es más universal y menos provinciana -me refiero a Zamora y a la asociación de mujeres Toffana- quienes plasmen con una iniciativa que la igualdad no ha llegado a las noches de fiesta, de bares y de botellón. Que se siguen produciendo agresiones sexuales contra las mujeres, de carácter verbal o pasando a los hechos. En todo caso, injustas, incómodas, impresentables. ¡No hay por qué aguantarlo!

Un brazalete morado para defenderse y defender a otras mujeres de las agresiones machistas es la iniciativa en las fiestas de San Pedro. Objeto de burla en muchos casos porque quizá sea mejor una buena "mofetada" a tiempo (como dice alguna pequeña). Pero que nos ha puesto delante de los ojos una situación que claramente es violencia de género, de la que hace daño siempre y que puede crecer hasta el asesinato. Porque si a una mujer se le puede insultar porque es una guarra, tocar porque estoy salido, y meter mano o lo que se pueda porque en el fondo les gusta?Justificar esos hechos es caminar hacia mayor violencia.

Aquí sí que "no es no". Que esto no es política.

Igual que siempre dije que cuando gobernáramos nosotros en Zamora, en el mundo habría una revolución, he pensado muchas veces que no habrá igualdad hasta que una mujer de cualquier edad y condición pueda salir a tomar una copa por las noches, sola, sin las amigas, y que no parezca una buscona? y la busquen.

Quizás me equivoque como con lo de la revolución. Pero las mujeres de Toffana lo van a intentar con su brazalete morado. ¡Suerte y a por ellos!... que son pocos y cobardes.