Muy interesante la entrevista a Enrique Martínez Marín, coordinador nacional del Plan de Territorios Inteligentes, de la Secretaría de Estado para la Sociedad de la Información, que publicó este periódico. Fundamentalmente por las claves que enumeraba y las iniciativas que están en marcha para conseguir que las zonas rurales puedan convertirse también en territorios inteligentes. Algunos pensarán que estamos hablando de ciencia ficción, que cómo es posible atisbar un futuro inteligente para muchos pueblos cuando precisamente se encuentran en las antípodas del acceso a las nuevas tecnologías, con el consiguiente impacto negativo en la vida cotidiana de las personas. Lo uno y lo otro, sin embargo, no son excluyentes. Que se conozcan los numerosos problemas de los pueblos no significa que haya que quedarse con los brazos cruzados y que no haya alternativas; al contrario, hoy tenemos los recursos para que los espacios rurales más desfavorecidos puedan beneficiarse también del impacto de las nuevas tecnologías de la información y comunicación.

Yo soy relativamente optimista con respecto al futuro del mundo rural. No estoy diciendo o imaginando que vaya a ser como muchas personas lo hemos conocido y vivido en el pasado. Los pueblos o como se quiera llamar a las zonas poco pobladas, desfavorecidas, periféricas, etc., que tienen dificultades para acceder a numerosas infraestructuras y recursos básicos, ya no serán lo que fueron. Sería, además, un error que alguien pretendiera reconstruir un futuro para estos territorios tratando de regresar al pasado, es decir, reproduciendo las mismas maneras de vivir, de trabajar o de divertirse que antaño. Esta es precisamente una de las dificultades más graves que nos impide avanzar: que algunos quieren reconstruir el mundo rural recuperando los cimientos de un edificio casi en ruinas y que hizo aguas por los cuatro costados. Muchos de los problemas que sufren en la actualidad son la consecuencia de la crisis de un modelo de desarrollo económico, social y territorial que nos ha traído hasta aquí. Por tanto, recuperarlo tal cual sería un grave error.

Y por eso soy optimista. Porque imagino el futuro de los enclaves rurales a partir de las nuevas posibilidades que nos brindan las tecnologías de la información y la comunicación en todos los ámbitos. Con disponer de ellas, sin embargo, no está todo hecho, porque las tecnologías son instrumentos o muletas que nos pueden facilitar el camino o, también es posible, retrasar la marcha. Por eso nunca es suficiente con disponer de los artefactos tecnológicos: deben desplegarse, conocerse y, sobre todo, saber usarse para obtener mejoras sustanciales en la calidad de vida de las personas. No obstante, perdonen el atrevimiento o la ingenuidad, pero yo creo que estamos en la antesala de una revolución sin precedentes en los territorios rurales, incluidas las pequeñas localidades que siguen luchando por sobrevivir a las intemperies de todo tipo. Soy optimista, ojo, reconociendo que el futuro que algunos imaginamos para estas zonas no puede llevarnos de nuevo al punto que hemos dejado atrás. Creo sinceramente que ello supondría un retroceso en toda regla.