nadie que conozca la realidad de los estados plurinacionales que no fragmentan la soberanía del pueblo, es decir, la del propio estado, debería recelar de la expresión ni mucho menos del concepto incorporados por el PSOE a su ideario en el 39º Congreso Federal. La ponencia del sector de Pedro Sánchez, aprobada por amplia mayoría, no inventa nada. Abre una vía democrática a la redefinición federalista del estado español como punto de arranque de la reforma constitucional, modera el pacto de izquierda que puede hacerse deseable para sanear la vida política en la rotación de las mayorías de gobierno -básica en el desarrollo y modernización del país- y anula la "exclusividad" de la izquierda populista en el reconocimiento de la evidencia. Si no un derecho, la plurinacionalidad española es un hecho acentuado en casi cuarenta años por el estado de las autonomías, que acusan hoy el desgaste de sus imperfecciones. La diferencia clave con otras fórmulas es la inviolabilidad de la soberanía única. Y su primera virtud, la exclusión del secesionismo en la homologación con democracias poderosas que han probado la idoneidad del sistema. El socialismo histórico está en crisis y tan solo remontará poniéndose en línea con la nueva etapa del mundo. La inteligencia del cambio se enturbia con la defensa numantina de los principios que fueron fundamentales y han dejado de serlo por el empuje de una realidad social que impone sus principios a despecho de las doctrinas instaladas. El divorcio de las bases militantes y votantes con las estructuras dirigentes no se visualiza únicamente en la izquierda nacida del 15-M sino también en la arrolladora victoria de Pedro Sánchez sobre la casi totalidad de los poderes de su partido, que le traicionaron aún siendo el secretario general elegido en primarias y han probado amargamente que la mayoría de base no estaba con ellos. La soberbia de los "usurpadores", expresidentes del gobierno, barones y "aparatchiks", sufrió una humillación sin precedentes en las primarias y contempla hoy una mayoría interna que no los necesita. Es la elección que la vieja estructura debe aceptar, sin rencor ni tacticismos deslegitimadores de las bases. Sin ello, el partido será inviable.Lo ilustran las elecciones de Francia, que al consagrar al presidente Macron han estado a punto de convertir el muy joven partido "La República en marcha" en partido único, muy por encima de la mayoría absoluta. Ni esto es conveniente, ni Macron tiene fácil gobernar en el sentido deseado por sus electores y señalizado por una exagerada abstención. La clave es el desplazamiento de la confianza hacia el "hombre nuevo" como único potencialmente capaz de encabezar la dinámica del cambio. Tendrá que demostrarlo, como también Pedro Sánchez en el área interna del PSOE y en su aspiración de gobierno. En la acción política del siglo XXI, la historia y las tradiciones tienen la dimensión que les corresponde. Lo esencial es la voluntad de no encapsular las ideologías en las doctrinas y los esquemas organizativos del pasado. Con luces y sombras, Pedro Sánchez puede ser el "hombre nuevo" de la democracia española.