Vimos el viernes en el Principal de Zamora, culminando la gira de teatros que se inauguró en febrero en el Latorre de Toro, "Nostalgia del Agua", el último, por el momento, proyecto dirigido por el zamorano José María Esbec, quien sigue consolidándose golpe a golpe, obra a obra como uno de los valores más relevantes para la escena española de los próximos años.

Magnífica interpretación de los dos consagrados actores que dan vida a los personajes creados por Ernesto Caballero para introducirnos en una historia a la que hacen no menos tangible que onírica. Un texto que, jugando con la memoria de los personajes y el eterno baile entre presente y pasado, o por mejor decir entre el presente y los retales de recuerdos deformados que conforman en nuestra mente eso que llamamos pasado, va pulsando, como breves descargas eléctricas, en puntos concretos de las conexiones neuronales del espectador. Y un elemento esencial, la escenografía.

Esbec, con una abrumadora sencillez, que no simplicidad, en los elementos escénicos, vuelve a crear ese clima a la medida de la historia que demuestra un intenso trabajo previo de exégesis, de análisis casi de laboratorio para extraer el ADN imaginario de la creación intelectual que se representa. Tres sillas, dos metros cuadrados de pecera con unos centímetros de agua, un capazo, un morral de pescador, una botella y unas botas de goma nos trasladan la humedad del pantano, bruma que rellena la escena y amalgama la representación, quizás alegoría de la nebulosa en la que nos sumergen el tiempo, los sueños o el alcohol.

El resto, colección de instantes conectados unos con otros con la urdimbre con que los nudos en la cuerda dan cuerpo a la red del pescador. Juego de luz sobre la escena llevando a un punto o a otro el protagonismo y la mirada y juego de luz en forma de imágenes proyectadas en varias rupturas del tiempo y el espacio. El silencio de la incertidumbre. El agua que nos lleva, nos arrastra y nos libera. La vida y la muerte, lo real y lo recordado. Respirar o dejar de hacerlo. Todo pendiendo de un hilo en el que a veces mandamos y ante el que otras veces nada podemos hacer. Mudo tañido de campanas cubiertas por las aguas de un pantano. Vidas que se van. Recuerdos que se borran o afloran en la locuacidad del sueño.

Lo contemporáneo y lo barroco están presentes en una obra que los ensambla bien. Diálogo que se trenza casi en un monólogo a dos voces. Ecos, tal vez, del monólogo de Segismundo en La Vida es Sueño. Si Valle Inclán nos expuso al caprichoso lenguaje de los espejos que deforman del callejón del Gato, Caballero y Esbec hacen de la superficie del agua ese espejo que habla y enmudece, que separa y une los planos de la realidad y del tiempo: "Somos delante de este espejo sin tiempo, somos el mismo ese niño y yo". ¿Quizás sea que solo somos sombra de la luz?

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