Con la expresión del título respondió el líder de Podemos a la resolución del alcalde de Cádiz de conceder la medalla de oro a la Virgen del Rosario. Me ha desconcertado la respuesta de Pablo Iglesias, publicada por un periódico gaditano. También dice que quien preside aquel ayuntamiento le "habló del carácter de dignidad popular que significaba esa Virgen". En fin, he necesitado tiempo para poder asimilar tales justificaciones. Porque de eso se trataba, de intentar justificar una decisión difícil de comprender, por incoherente y contradictoria. Otorgar una medalla civil a una imagen religiosa no es coherente con los principios que Izquierda Anticapitalista y Podemos han defendido, además de hacer en este caso lo contrario que defendían cuando criticaban al PP por condecorar a vírgenes.

Resulta extraño que estos líderes de la nueva izquierda, tan necesaria en nuestro país, se pongan de acuerdo en que tal imagen mariana esté investida de "dignidad popular". Gruesas palabras que no parecen revelar sino un flaco entendimiento. La dignidad es inherente a las personas y por tanto indelegable. Ha sido preocupante que los pueblos pongan su dignidad en una bandera o en un himno y es alarmante que sea depositada en una virgen o cualquier otra representación religiosa. Vean cuánto sufrimiento causan y han causado en el mundo. Cuando esto ocurre entramos en el terreno de la alienación, de la pérdida de sí mismo. Da lo mismo que nos envolvamos en la estelada catalana, trepemos por la verja del Rocío o se ericen nuestros vellos cantando el Cara al sol. No debemos someter nuestro raciocinio al empuje irracional de las emociones mal gestionadas, menos aún, ceder las instituciones públicas, en las que reside el poder civil y democrático, al poder eclesiástico. El fervor popular puede expresarse de muchas formas, más o menos aceptables, pero nunca traducirse en decisiones políticas que vulneran la aconfesionalidad del Estado, tal y como refleja la Constitución española.

El calificar de "muy laica" la decisión del alcalde me molesta porque no lo es, ni mucho ni poco, nada. Presumir de ello ofende, a poco que entendamos qué significa laica. Con este término se define a quien es independiente de cualquier organización o confesión religiosa. Puede ser una persona, una institución o la educación, que, por cierto, debe ser laica. Por eso, frivolizar con este adjetivo es una irresponsabilidad. España pasó por cuatro décadas, las de la dictadura de Franco, en las que la jerarquía eclesiástica disfrutó de un poder brutal. Era el nacional-catolicismo que sufrimos en la escuela y fuera de ella. Todavía me recuerdo acudiendo sumiso a besar la mano del señor cura en pleno partido de fútbol en la plaza de mi pueblo. Si no ibas, al día siguiente te quedabas sin recreo en la escuela, por faltar al respeto a nuestro sacerdote, decía el devoto maestro. Por cierto, la mano que nos daba a besar olía a tabaco revenido y cera.

Hemos avanzado tan poco en el camino del laicismo que me apena comprobar la ligereza con que se despachan estos asuntos. Se trata de un trayecto que hay que recorrer con decisión para que España sea de verdad moderna. Hemos vistola cobardía de unos gobiernos u otros, conservadores o progresistas, del PP o del PSOE; entre estos últimos José Bono y Ramón Jáuregui, muy proclives al boato episcopal. Todos hacían cálculos electorales, sopesaban el peso de la tradición y aplazaban la denuncia del Acuerdo entre el Estado y la Santa Sede, firmado en Roma el 3 de enero de 1979, apenas un mes después de aprobada la Constitución. Ese Acuerdo, con cuatro asuntos claves: Jurídicos, Educativos, Culturales y Asistencia Religiosa a las FuerzasArmadas, tiene bloqueada la efectiva separación de Iglesia y Estado. Por aquí hay que empezar y urgen iniciativas parlamentarias que saquen a este país del atraso y eviten el expolio continuado de la jerarquía eclesiástica a la Hacienda pública. Existe una mayoría en el Congreso que puede tomar decisiones en esta dirección.

Si no teníamos bastante con los ministros de Rajoy condecorando a hermanos mayores de cofradías y otorgando reconocimientos policiales en favor de la Virgen Nuestra Señora María Santísima del Amor, ahora nos encontramos a los de Podemos y a los socialistas votando a favor, en el pleno municipal de Cádiz, de la concesión de una medalla a la virgen. Coherencia, por favor.