En su afán por implicar a instituciones y gobiernos de otros países en su aventura secesionista, Carles Puigdemont, noticia a lo largo del pasado fin de semana, ha recibido un palo más, esta vez de la Comisión de Venecia. El presidente catalán remitió el 29 de mayo una carta a Gianni Buquicchio, presidente de la Comisión de Venecia en la que le informaba de la voluntad del Govern de celebrar un referéndum acordado con el Ejecutivo del PP y de contar con la colaboración de este organismo. La respuesta no se ha hecho esperar. La Comisión ha remitido carta al presidente catalán en la que le dice que cualquier referéndum tendrá que "llevarse a cabo de acuerdo con las autoridades españolas". ¡Toma ya! ¡Pero quién coño se ha creído el catalán!

Por Europa y por el mundo a Puigdemont and Company los ningunean permanentemente. Como muestra este botón, porque la misiva de esta Comisión, con sede en Estrasburgo, constaba de tan sólo dos párrafos, enfatizando en que semejante aventura debe llevarse a cabo "en pleno cumplimiento de la Constitución y con la legislación aplicable". Y en el caso catalán, ni lo uno ni lo otro. Van por libre. No tienen ni noción de lo que es un país. Estas hazañas imposibles las han repetido a lo largo de la historia con malos, con pésimos resultados. Sin embargo siguen aplicándose en conseguir lo que destruye, no lo que construye. Y con ello se están cargando el respeto de muchos.

Los independentistas están llevando a Cataluña a un callejón sin salida. La única salida posible la conocen sobradamente pero no la asumen. Y lo demás son ganas de hacer el ridículo. Y a fe que lo están haciendo ante cuantas puertas han llamado. Y a las que seguirán llamando. Con todo lo que se gasta en política "exterior", la Generalitat tendría para acabar con sus cuantiosas deudas. Las más importantes partidas presupuestarias las han destinado a labrarse una imagen exterior que no cuaja. Puigdemont quiere minimizar la importancia del Gobierno de España, sea este el que sea, y se choca frontalmente contra el sentido común y la coherencia de todas las instituciones y gobiernos interpelados.

En esto sí que los grandes partidos deben dejarse de colores, deben dejarse de banderías, deben dejarse de inquinas y apechugar por el bien de España en el único sentido posible, el de la unidad. España unida es una gran potencia. Estamos en ello y a pesar de los avatares por los que todos, en mayor o menor medida, hemos pasado, España es una gran nación. Eso nadie lo pone en duda. Salvo los cuatro disidentes de siempre, Willy incluido, que son una especie de culos mal asiento. Son los que despotrican de la "marca España". No sé cómo a los Puigdemont and Company les quedan ganas de seguir haciendo el ridículo tan espantoso que están haciendo en Europa y en América. ¿A quién pretenden engañar? Que pongan en marcha la moviola histórica, se remonten a Maciá y comprueben lo absurdo y fuera de lugar de sus propuestas secesionitas. Cataluña es parte integrante, y yo diría que muy querida, de España desde hace siglos. Su separación no tiene justificación histórica alguna. Que se dejen de tonterías, entren en razón con sus razones y que impidan seguir recibiendo varapalos como este que con afecto les ha dado, en dos líneas, la Comisión de Venecia.