La DO Toro cumple 30 años y ha tenido los dos mejores regalos posibles: la declaración de la última añada como excelente, recuperando así la calificación que la impulsó durante años, y un segundo de no menos lustre, la publicación del libro de Juan Carlos González Ferrero que recopila la historia de la cultura de la vid y el vino en Toro y su alfoz, una publicación que se esperaba y que supone saldar una deuda con vinicultores y viticultores que han hecho posible uno de los mejores vinos del mundo.

De la evolución hacia la elegancia y hacia los nuevos gustos de tintos, blancos y rosados de esta denominación de origen, ha vuelto a dejar constancia la feria celebrada el pasado fin de semana. Las miles de personas que pasaron por la plaza de toros de Toro constataron -y remarcaron- la calidad de un producto que, ya sin ninguna duda, se ha convertido en bandera de toda la provincia. A resaltar, la variedad de la oferta y la pujanza de blancos y rosados, que abren la posibilidad de nuevos mercados.

La celebración de los treinta años supone una efeméride que invita a la reflexión sobre esta calificación de calidad, la primera que se oficializó en la provincia, un marchamo que en seis lustros ha dado la vuelta al mundo y ha internacionalizado el nombre de Toro. La DO ha servido para mejorar la forma de cultivar los viñedos y de elaborar los vinos que, en este tiempo, se han adaptado a los nuevos mercados hasta el punto de situar esta marca a la cabeza de la exportación en Castilla y León en porcentaje sobre el volumen total de elaboración.

El reconocimiento a la DO es unánime. Suma ya más de sesenta bodegas, muchas de ellas con implantación en otras zonas vitivinícolas del país. La imagen de los vinos ha cambiado radicalmente y ya es historia el cliché de que eran muy primarios, alcohólicos y poco afrutados. El Consejo Regulador, los bodegueros y los vitivinicultores han hecho los deberes y han aprobado todos los exámenes por los que han tenido que pasar.

La nota global de los treinta años es muy alta, pero no significa que no haya que seguir estudiando, preparándose y formándose, que la carrera no acaba nunca cuando el mercado es cada vez más global y se mueve a velocidad de vértigo, con cambios permanentes tanto en la oferta como en la demanda. El sector ha sufrido como todos las consecuencias de la crisis y ha tenido que sobrevivir en condiciones complicadas. Pero lo ha hecho y se ha endurecido, demostrando una enorme capacidad para moverse en el exterior. Hasta ha logrado parar la caída media del consumo en España, con un ligero repunte el último año, superando los 15 litros por persona.

El Consejo Regulador cambió de presidente en septiembre del año pasado. Felipe Nalda es vinicultor, lo que va a suponer, seguramente, una nueva visión que va a influir en el funcionamiento del órgano rector de la DO, regido durante muchos años por Amancio Moyano, apoyado por los viticultores. Nalda tiene una importante tarea por delante, la de impulsar un nuevo reglamento que permita a esta calificación competir al mismo nivel que otras zonas productoras de España, con el fin de poder incrementar la venta de vino.

La nueva normativa tiene que resolver cuestiones tan candentes como el riego del viñedo o la producción por hectárea, actualizando, además, los parámetros de calidad. El sector está evolucionando a marchas forzadas impulsado por los mercados y también lo tienen que hacer las reglas que lo regulan para marcar, con claridad, los caminos por los que deben circular en el futuro.

La DO, con menos de 6.000 hectáreas registradas, es un marchamo pequeño con muchas posibilidades de crecer. Por eso no debe descartar la posibilidad de ampliar su superficie. Y, de decidir hacerlo, Tierra del Vino, una calificación de un tamaño muy reducido y con viñedos y vinos de una gran calidad, sería la opción más interesante, máxime cuando responsables de esta DO ya han manifestado en varias ocasiones que estarían abiertos a la negociación. Tampoco se debe descartar la posibilidad de crear una gran marca con los vinos de toda la cuenca del Duero, una iniciativa que, ahora, se va más cercana que hace unos años cuando se planteó por primera vez.

Otro reto de futuro es conseguir que el vino entre en las preferencias de los jóvenes, algo que no ocurre ahora. La imagen de esta bebida no ha calado en este segmento de población, clave en el negocio de otros sectores como, por ejemplo, el cervecero. Y el Consejo Regulador debe trabajar también en recuperar el ánimo de un gran número de viticultores que han hecho importantes inversiones en sus viñedos que no se han visto compensadas por los precios de la uva y que están desanimados, algunos de ellos valorando la posibilidad de arrancar sus cepas porque en las últimas campañas han percibido precios similares a los que recibieron hace 30 años.

La DO tiene que seguir avanzando y trabajando para lograr que el vino de Toro confirme todas las expectativas que se abrieron hace años. Debe mantener, con carácter anual, la feria que con tanto éxito acaba de celebrar, y aplicarse en hacer realidad los retos pendientes. Solo así, una vez que el problema de la yesca parece haber disminuido y el enoturismo empieza a abrirse camino con fuerza, el panorama se ampliará y este marchamo confirmará lo que ya empieza a ser, marca para la provincia y un yacimiento de empleo capaz de generar miles de puestos de trabajo directos e indirectos.