El ser humano ha sido creado para hablar, para la comunicación, para la comunión. Pero, pese a estar dotado por Dios de lenguaje y de razón, transmitidos por su Espíritu creador, ya desde el principio usó de estos medios para hablar y obedecer a la Serpiente antes que a Dios. Así entró el pecado en el mundo y corrompió la comunicación (comunión) del hombre con Dios, con los demás, con la naturaleza y consigo mismo, e hizo que el Espíritu de Dios le fuese arrebatado. De manera que todas las obras humanas, cuando no cuentan con Dios, son contra Dios, y por ello fracasan. Como ocurrió cuando los hombres, sin Dios, quisieron construir una torre en Babel con la intención de llegar al cielo y hacerse famosos. Dios los dispersó, dividiendo la lengua única en diferentes idiomas. La torre quedó a medias, y desbaratados sus planes humanos. Desde entonces quedaron condenados a no entenderse, o sólo ponerse de acuerdo para hacer el mal.

Pero Dios no abandonó al hombre. A lo largo de la Historia fue inspirando (soplando su Espíritu) a profetas para que transmitieran su Palabra, hasta que la misma Palabra de Dios se hizo hombre en Jesús y habitó entre nosotros. Este hombre del Espíritu, tras morir y resucitar, sopló su Espíritu sobre los discípulos para reconciliación de la humanidad.

La Iglesia, surgida de ese soplo en Pentecostés, germen del Reino de Dios, logra por el Espíritu lo que no consiguen los reinos humanos por la fuerza: la reunión de toda la humanidad en un solo pueblo en el que todos se entienden en distintas lenguas. Aunque es pueblo de muchos miembros y muchos carismas, es reconstitución de la solidaridad original que se perdió tras el pecado, y reunión de los hijos de Dios dispersos por el mundo tras Babel, por un mismo Espíritu en el que "todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados, para formar un solo cuerpo".

El mundo, por su parte, con la televisión y el Internet ha creado la globalización democrática, aparente unión de toda la humanidad que habla un mismo idioma. Pero una cosa es hablar el mismo idioma, y otra tener un mismo espíritu. Sin Dios, lo que algunos creen un "pentecostés civil" degenera en un nuevo Babel, donde se construye la ciudad humana y no la ciudad de Dios, con su torre para asaltar el cielo (parlamento), auténtico babel de ideologías (¡y de idiomas!), donde se reúnen los políticos y entenderse, casi siempre únicamente, para votar a favor del mal?

Ven, Espíritu Santo, y mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.