Estoy convencida, pese al ruido que hacen unos pocos, que los españoles en general, admiramos, respetamos y queremos a nuestros militares. A los que por tierra, mar y aire, vigilan y protegen, a los que salvaguardan nuestra libertad, a los que saben que la paz es el camino y la llevan por bandera a cualquier lugar del mundo, allá donde quiera que haya un militar español. Ese cariño, ese respeto y esa admiración, se vio, se sintió, se palpó en Día de las Fuerzas Armadas en Guadalajara y en infinidad de hogares españoles donde se siguió con emoción, a través de Televisión Española, el desarrollo de una jornada que brilló con luz propia y cuyo mérito es exclusivo de las Fuerzas Armadas, de su entrega, de su disciplina, de su bien hacer, de su generosidad, de su compromiso.

La mayoría ciudadana valora con matrícula de honor todo lo mucho y bueno que las FF.AA. aportan a España. Pero es que, además, gracias a su cercanía, sabemos que su compromiso con la sociedad de países donde la paz no termina de anidar, es digna de encomio. Por algo a los militares españoles en el mundo se les recibe con esperanza y fe, y se les despide con gratitud, con aplausos espontáneos, con satisfacción por el trabajo bien hecho y con orgullo, el mismo que les falta a unos cuantos que por estar contra todo y contra todos, están también contra quienes están haciendo de su colaboración con los refugiados un auténtico máster de solidaridad.

Algunos siguen empeñados en considerar que el uniforme es sinónimo de guerra. Que nuestros militares participan activamente en todas las contiendas. Cuan equivocados están. Todavía no se han enterado de que los militares españoles sólo participan en misiones de paz. Y que los que tienen la condición de médicos, realizan una labor extraordinaria con los heridos, muy por encima de ciertas organizaciones no gubernamentales a las que se les llena la boca glosando sus logros en cuanto una cámara las enfoca. Nuestros militares no necesitan ni luz ni taquígrafos para hacer bien su trabajo, para restañar heridas, para salvar vidas, para llevar la esperanza donde se ha perdido.

A pesar de los necios, la institución castrense es una de las más valoradas, cuántas veces la primera, en la práctica totalidad de los estudios demoscópicos. Y eso a pesar de la crítica ácida de los que no tienen ni puñetera idea de la labor que desarrollan estos hombres y mujeres para quienes el servicio a España y a los españoles, no es un trabajo sino un honor. Hoy por hoy, las Fuerzas Armadas españolas se han convertido en los mejores embajadores de lo que es y de lo que representa España, con su presencia en múltiples misiones internacionales por las que son felicitados y condecorados por sus homólogos del resto de Europa y Estados Unidos y ese papel extraordinario en tantos escenarios en conflicto. Eso, fuera. Porque dentro representan la mejor garantía en la defensa y disfrute de nuestros derechos.

Me siento muy orgullosa de nuestras Fuerzas Armadas. Me sumo al aplauso espontáneo que se les tributa allá donde van. Eficaces, leales, cruciales para la seguridad, recibieron en Guadalajara, y de forma explícita, el calor de los presentes y aún de los ausentes. De todos cuantos vibramos con su marcialidad y con la certeza de su trabajo bien hecho en pro de la seguridad y la libertad de todos los españoles sin excepción. Aún de los necios y de los mentecatos.