La victoria de Macron en las presidenciales francesas no adquiere menos relevancia por el movimiento sociológico-electoral de las semanas previas a la cita con las urnas que por el resultado en sí. La valoración, por muy a bote pronto que sea hecha no puede dejar de lado circunstancias de trascendencia incuestionable.

El nuevo presidente ha sido ministro en un gobierno socialista y sin embargo ha llegado al final de la carrera presidencial como el candidato del centro y la derecha no montaraz. Para lograrlo ha presentado una propuesta de centro, de tercera vía, novedosa aunque etérea. Sin un programa muy concreto, sin posicionarse demasiado en ningún lugar del espectro ideológico y sin partido detrás, consiguió superar en la primera vuelta al candidato del partido más sólido: François Fillon, elegido candidato de los "Republicanos", (más o menos el equivalente al PP español) por delante del expresidente Nicolas Sarkozy y el ex primer ministro, Alain Juppé. Ambos lo apoyaron, como el conjunto del aparato del partido pero eso no evitó que fuera adelantado ya en la primera vuelta tanto por Macron como por Marine Le Pen.

En la izquierda se ha producido la implosión del Partido Socialista que venía incubándose tras la desastrosa gestión de François Hollande, quien con los peores datos de popularidad de todos los presidentes de la Quinta República, ni siquiera se presentó a la reelección. Al candidato "razonable", el ex primer ministro Manuel Valls se impuso en sus primarias el más izquierdista -menos realista- Benoît Hamon. Sus bases más militantes le dieron el respaldo. Los votantes lo llevaron al peor resultado del socialismo francés desde 1969.

Por si esto último fuera poco, el propio Valls que ya en la campaña había dado sin ambages su respaldo a Macron frente el extremismo de Le Pen y por delante de su compañero de partido, ha anunciado oficialmente su abandono del socialismo y su deseo de concurrir a las legislativas del próximo mes bajo las siglas de "La République en marche", el movimiento político recién configurado en torno a la fulgurante ascensión de Emmanuel Macron o, quizás sería mejor decir, frente a todo lo demás.

Frente al agotamiento del socialismo, su ausencia de referentes ideológicos modernos y su esquizofrenia entre ser de izquierdas o ser más radicalmente de izquierdas. Frente al conservadurismo, los enjuagues endogámicos y las corruptelas de la derecha. Frente a los populismos mesiánicos con soluciones de cuarto de hora de Le Pen o el "insumiso" filocomunista Mélenchon.

Pero sobre todo, más que el propio movimiento en torno a Macron, lo que ha hecho la inmensa mayoría del electorado francés ha sido certificar el ocaso del modelo tradicional de grandes partidos con configuración decimonónica, estructuras enormes, caras e inmutables, y una visión política lineal o analógica en un mundo y una sociedad abiertos, digitales e inmersos en una revolución del conocimiento y el acceso a la información que en muy pocos años los ha transformado radicalmente. El electorado francés ha dicho no a los partidos. Sí a personas individuales y equipos "ad hoc" en los que merece la pena confiar. Ya nada permanece mucho tiempo inmutable.

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