Sencilla pero esmerada la edición de "Poesía completa" de Gerardo Diego, publicada por la editorial Pre-Textos y la Fundación Gerardo Diego, que regenta la poetisa extremeña Pureza Canelo. Es un homenaje leal al exquisito poeta cántabro, en el 30 aniversario de su muerte. Consta de 2.871 páginas en dos volúmenes bellamente editados y encuadernados.

En el primer volumen aparece el magnífico soneto "El ciprés de Silos", incluido en "Versos humanos", un poemario publicado en 1925 y que obtuvo el Premio Nacional de Literatura 1924-1925, al alimón con Rafael Alberti por su primera obra "Marinero en tierra"; formaban parte del jurado Antonio Machado, Menéndez Pidal y Gabriel Miró. Gerardo Diego tenía 27 años y Alberti 22. Rafael Alberti escribió más tarde que conoció a Gerardo Diego ante la ventanilla del Ministerio cuando fue a cobrar las 4.000 pesetas del premio. Y dijo de él: "Un gran escritor y mejor persona, con el que entablé una nueva y buena amistad".

Leí el original del soneto al ciprés de Silos en el verano de 1983, mientras participaba como ponente en unas jornadas de reflexión sobre el papel de los misioneros en el Tercer Mundo. Lo escribió la noche del 24 de julio de 1924; al despedirse de los monjes, lo copió como dedicatoria en el libro de visitas. Allí seguía 59 años después tal como lo escribió Gerardo Diego. Este poema lo dedicó posteriormente a Ángel del Río, ensayista, crítico e historiador español, exiliado en Estados Unidos.

Ilustran el primer volumen varias fotografías de Gerardo Diego con los mejores poetas de la época; en una de ellas, fechada el 4 de mayo de 1935, están, entre otros, Miguel Hernández, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Pablo Neruda, Pedro Salinas, María Zambrano, Vicente Aleixandre y José Bergamín.

Cité antes lo que dijo de él Rafael Alberti: "Un gran escritor y mejor persona". No opinó lo mismo el poeta chileno Pablo Neruda. En el apartado "Los ríos del canto" de su "Canto general", editado en 1950, aparece un poema titulado "A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España". Sabía muy bien Neruda que el gran poeta Miguel Hernández no fue asesinado, sino que murió de una pertinaz tuberculosis. No para ahí la ceguera interesada de Neruda. Arremete contra "los malditos que hoy incluyen tu nombre / en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo?".

Un juicio tan injusto como los ditirambos que dedica en el mismo poema a Mao y a Stalin. Gerardo Diego, tan delicado poeta como buena persona, jamás lanzó invectivas contra ningún escritor, creyera en lo que creyera o pensara en lo que pensara. Era todo un caballero y figura con todo derecho poético en la Generación del 27. Tuvo infinidad de amigos entre poetas, escritores, músicos -era un buen pianista y magnífico crítico musical-, intelectuales y pintores.

Esta obra es, sin lugar a dudas, el mejor homenaje que se puede hacer a Gerardo Diego a los 30 años de su muerte. En cuanto leí el comentario del poeta y crítico literario Luis Antonio de Villena, a raíz de su reciente publicación, que él mismo asegura que "está publicada en dos cuidadísimos y bellos tomos" y que "está llena de joyas", fui a comprarla a la magnífica librería Antonio Machado que hay al lado del Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Confieso que lo primero que releí fue el soneto al ciprés de Silos. Y después el "Viacrucis", que es un ejemplo de poesía mística de altos vuelos. Lo escribió en 1931. He vuelto a estremecerme al leer la "Penúltima estación". Es un poema con tanto arrebato humano como espiritual y denota la sensibilidad sublime de Gerardo Diego.