Hace unos días, un amigo de la infancia me envió un whatsApp en el que se veía a una mujer que caminaba por una acera al lado de un contenedor de basura, vestida de negro hasta los pies, con la cabeza cubierta también por un pañuelo negro y que encima llevaba un anorak rojo. Fue rodeada por un grupo de fanáticos increpándola por el color de la vestimenta. Uno de ellos la mandó arrodillarse y ante los gritos proferidos por el resto de los hombres que la insultaban, sacó una pistola y le descerrajó un tiro por encima de la cabeza, ejecutándola en plena calle. Estos días hemos asistido con horror al bombardeo químico sobre Siria;después escuché la noticia del último atentado terrorista de los fanáticos islamistas, que se suma a una larga serie ya en diversas ciudades del mundo.A veces nos quedamos sin palabras.

Y esas escenas que se han hecho cotidianas, me hacen pensar en la barbarie generada por un fanatismo religioso, al cual no se le está dando la importancia que corresponde en las sociedades instauradas, afortunadamente en un régimen democrático y aconfesional la mayoría de ellas, por no haber sabido inculcar verdaderos valores a todos los ciudadanos que habitan en dichos territorios.

Lo creamos o no estamos todos implicados en este campo de batalla y nos podemos ver envueltos en situaciones de este tipo en cualquier momento, porque cuando los seres humanos dejan de razonar y aplican sus creencias violentas para la consecución de unos fines determinados, que tienen que ver con la religión, no existen palabras con las que se pueda argumentar con los contrarios.

En el islam, uno de los deberes básicos es la yihad o "el esfuerzo en el camino de Allah", también conocida como guerra santa, que engloba tanto la lucha que se produce en el interior del hombre, como la guerracontra los infieles, ya que la guerra es una de las manifestaciones visibles de ese esfuerzo.

Además, esa yihad ha de estar dirigida contra todos los infieles sin excepción, es decir contra todos aquellos que están fuera de la senda de su pensamiento. La única verdad es la suya y su dios es el dios de toda la Humanidad. El mundo para ellos está dividido en dos partes: el islámico y el no islámico. Está prescrito en la ley coránica "charia", es decir, "lo que está prescrito", que a los infieles hay que intentar convertirlos y si no es así se debe luchar contra ellos.

Las sociedades occidentales en general nos regimos por la defensa de los Derechos Humanos, donde se afirma que toda persona "tiene derecho a cambiar de religión o convicción".

¿Cómo pues se pueden conjugar términos tan opuestos? Es imposible, porque para nosotros el estado laico no es negociable. Y ahí radica el verdadero problema que genera esta creciente manifestación de bestialidad.

Por otra parte, nos ha dejado huérfanos un gran pensador y politólogo, Giovani Sartori, recientemente fallecido, hombre de gran claridad de pensamiento,quien ha dedicado su vida a reflexionar y a desarrollar no sólo el concepto de democracia, ya desde su primer libro: ¿Qué es la democracia?, sino también, muchos temas más de total actualidad, como por ejemplo, la insana influencia de la televisión en el desarrollo de la conciencia humana y el peligro que corren nuestras sociedades actuales si nos dejamos llevar por los cantos de sirena que apuntan a multiculturalismo, a los populismos, o a las nuevas guerras que nada tienen que ver con las que se llevaban a cabo en el pasado, cuyas características fundamentales se resumen en que, presentan carácter global, tienen raíces religiosas, se basan en el terrorismo y en las nuevas tecnologías.

No se están tomando las medidas necesarias para poder parar esta vorágine de destrucción y desamparo de los ciudadanos: intelectuales, poetas, cineastas, humoristas, deportistas, gente corriente.

Pensaba Sartori además que los políticos son ignorantes y así nos va, que muchos de quienes nos rodean son pigmeos y por eso él se acostumbró a mirarlos desde arriba, (no encuentran tiempo para invertir mucho más en cultura, en educación, en medicina? y lo despilfarran con nuestro dinero, creando estructuras monumentales que no se pueden desarmar por la férrea ocupación de cargos de uno y otro bando), afirmaba que la banalización en la que está sumida la sociedad nos llevará al desastre y por supuesto, que civilización occidental e Islam son incompatibles.

También, que la verdadera democracia se produce, "cuando existe una sociedad abierta en la que la relación entre gobernantes y gobernados es entendida en el sentido de que el Estado está al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio del Estado, en la cual el gobierno existe para el pueblo y no viceversa".

Nadie se pone de acuerdo en cómo luchar contra este tipo de enemigos reales, en este nuevo modelo de guerra abierta contra los modelos del pensamiento democrático.

Para ello proponía Sartori una mezcla de éticas, la de la intención y la de la responsabilidad. En la primera el comportamiento no tiene en cuenta las consecuencias, pero en la segunda sí. ¿Debemos pues dejar de actuar ante tanta barbarie? La moralidad debe incluir, según él, ambas características. Sin buenas intenciones no hay ética que valga, pero sin controlar las consecuencias o de los efectos de las acciones, la ética sería a su vez autodestructiva.

Nos encontramos ante una de las grandes paradojas del siglo XXI, que se ha venido gestando desde hace mucho tiempo, para la que aún no se ha hallado una solución factible.

Todo parece ahora intentar resolverse en tertulias y encuentros en los medios de comunicación por gentes que piensan una idea y la contraria, pero que no aportan ninguna solución.

Necesitamos verdaderos pensadores y personas honestas que aporten ideas y soluciones ante tanto derroche de despropósitos, según sus propias palabras: "Aportar orden al ruido".

Vivimos en una época de desidia del pensar, tenemos que empezar a actuar de manera razonable, apelando a la firmeza y a también a la solidaridad, a la formación de las personas en una libertad responsable, alejándonos todos de consignas doctrinarias y fanatismos que sólo conducen a la destrucción y a la muerte.

Por poner un ejemplo, Sartori defendía mandar drones a bombardear las pateras para evitar el tráfico de carne humana, pues así consideran los traficantes a los seres humanos. Parece una solución sencilla, ¿por qué no se lleva a la práctica y dejamos que sigan ahogándose por millares.

Necesitamos dirigentes que se pongan a resolver los verdaderos problemas que nos acucian y dejen de mirarse de una vez el ombligo: "Aportar orden al ruido".

Les recomiendo que lean su libro: La carrera hacia ninguna parte. Diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro, se darán cuenta de que no vamos por buen camino, aunque puede que aúnestemos a tiempo de tomar las riendas y volver a encauzar nuestro destino.