Con la muerte del Maestro quedaron vacíos muchos corazones y al tercer día el sepulcro también. No es fácil hilar los acontecimientos después de lo que pasó en el Calvario. Cuesta entender la resurrección; algún evangelista ni la menciona pero es un hecho sobre el que gira el planeta de la fe, es también el mástil de la barca de Pedro y no es posible que navegue si a las velas que la mueven les falta ese asidero donde encuerdan todos los ritos y rezos, toda razón de ser cristiano. Los relatos de la resurrección son el quebradero de cabeza de exegetas y campo abonado de escépticos porque están llenos de eso que llamamos el terreno poco fiable de la emoción, ese subjetivismo tan poco científico, según algunos. Son fuentes orales -tan valoradas actualmente- testimonios de gente que confiesa: "He visto al Señor". Lo cierto es que las visiones se repiten y lo que es más emocionante: En la Cena de Emaús se le "pilla" al Maestro no por la vista- ya que fue andando con los discípulos y ellos no lo reconocían, o sea, no se enteraban del "extraño" compañero de viaje- sino cuando "cantaron" los gestos de partir el pan que delataron su presencia.

Pero el relato más emocionante, de mayor intensidad incluso que el de la aparición ante el incrédulo tozudo, conocido como Tomás, es el de la Magdalena cuando encuentra a Jesús y tiende, como es lógico, a tocarle. Es el instante conocido como "Noli me tangere" (No me toques) tan repetido en la Historia del Arte. En el Museo del Prado tenemos el precioso lienzo de Correggio, uno de los más celebrados del tema. Ahora también en Madrid podemos contemplar una pintura muy similar, de autor español, Alonso Cano, perteneciente al museo nacional de Budapest, de exposición temporal en el Museo Thyssen. Alonso Cano hace casi una copia de Correggio con el matiz diferenciador sutilísimo de las manos tanto de Jesús como de la Magdalena. El pintor italiano quiere reproducir demasiado escrupulosamente el relato evangélico en el que Jesús le dice a la mujer asombrada: "No me toques porque aún no he subido junto a mi Padre". Hay aire y espacio entre las del Maestro y la Magdalena, pero el pintor español copia postura y gestos del cuadro de Correggio excepto en dos detalles fundamentales: nuestro artista pinta a Cristo tocando el cabello de la Magdalena y ésta roza levemente, con arrobo, el manto del Resucitado. Es un detalle importantísimo para entender cómo leen ambos artistas el relato de la aparición; el español es más atrevido, más osado, mostrando leve contacto físico entre ambos protagonistas del hecho milagroso. Terminé de entender este aspecto diferencial artístico tras la reseña de otra muerte reciente, la del Premio Nobel de Literatura 1992, Walter Derek, que escribió con tanta agudeza: "hasta la muerte es otra superficie". A esa nueva superficie resucitada, a ese cuerpo incorpóreo, a ese amado escurridizo quiere asir y tocar la gran mujer que fue María de Magdala. Es el ansia de posesión que devora al corazón enamorado así en la tierra como en el cielo, en la calle y en el convento.

En una calle de París, recién liberada, tras la segunda guerra mundial, capturó con su cámara un beso detenido en el tiempo el gran fotógrafo Robert Doisneau. En el convento, Santa Teresa, anhelaba un apretón divino sin disimulo: ( "Béseme con beso de su boca. ¡Oh Señor mío y Dios mío, y qué palabra ésta, para que la diga un gusano a su Creador!"). Y no quedó en eso sino que presumió de amores divinos tan explícita y turbadoramente místicos que no le faltaron ganas a la Inquisición de meterle mano y si me apuran meterla en la hoguera. Pero la hoguera en la que se consumía tanto Teresa como María, la pecadora arrepentida, era la del amor por ese ser que acaba de morir por nosotros. Los pintores inmortalizaron a la última, y el gran escultor Bernini materializó en mármol esa expresión antedicha de la santa castellana en su conocida escultura "El éxtasis de Santa Teresa", donde no falta siquiera el dardo de Cupido que ella mismo relató poniéndolo en manos de Dios mismo.

En la literatura bíblica aparece la mujer, Eva, como la causa de nuestros males. Pero también en la Sagrada Escritura, por obra de Jesús, se produce la liberación de esa imagen negativa cuando salva de ser lapidada a la mujer adúltera y ahora apareciéndose a María Magdalena antes que a nadie.

Nunca viene más a tono esta canción sanabresa que lo dice todo, y mejor que un servidor: "¡Viva Dios que nunca muere, y si muere resucita. Viva la mujer que tiene la cintura delgadita!".