Se ha dicho reiteradamente y se dice cada año que la Semana Santa de Zamora es la mejor del mundo. Al menos, la mejor de España, y si es la mejor de España es la mejor del mundo. Desde luego para los zamoranos, lo es. Cierto es que al lado está Valladolid compitiendo desde siempre, y luego las celebraciones del sur, tan distintas pero impresionantes igualmente. Las procesiones de Zamora, por su entorno, por la monumentalidad histórica de sus escenarios, por su recogimiento y fervor, por la pasión con que se vive, resultan únicas. En la vecina capital vallisoletana tiran de su majestuosa procesión del viernes santo, de tres horas de duración, un museo de escultura andante y al aire libre, pero los demás desfiles quedan a una altura mucho menor. Cuando yo era pequeño, un pariente cercano me apuntó en la cofradía de los excombatientes de la que era orgulloso miembro y propagandista, y ya entonces conocí la rivalidad mantenida con Zamora para ver cual era la Semana Santa mejor. Luego, cuando llegué a la tierra de mi madre, que tanto hablaba de sus procesiones zamoranas, comprendí que esta Semana Santa ganaba a la de Valladolid. A los puntos, si se quiere, pero la ganaba, era mucho mejor en su conjunto.

Este año ha sido como una culminación, un apoteosis digno y brillante, pues todo ha salido bien, empezando por el tiempo, que tantas malas jugadas, aquí y en todas partes, se ha cobrado siempre, destrozando a base de lluvia - al frío no se le teme - las ilusiones de las cofradías y los cofrades con procesiones suspendidas. Ha sido en esta ocasión una climatología no ya de primavera sino de verano, suave pero verano. Y las calles del casco antiguo, y las del centro, lo mismo: llenas a tope, a reventar, lo que hace preguntarse si tales aglomeraciones no resultarán demasiado incómodas para el visitante y para los vecinos en esas zonas en las que se centran actos y procesiones. Y lo mismo que las calles, los hoteles, los restaurantes, los bares. Proporcionalmente, al parecer con más ocupación que en Sevilla o Málaga, las grandes semanas santas andaluzas. Por no faltar nada, tampoco faltó el polémico botellón del jueves santo

Todo ha salido según lo deseado. Miles de forasteros, unos con afán de ocio, otros viendo las celebraciones como una manifestación de la cultura de un pueblo, otros movidos por un espíritu de religiosidad. Cada vez menor, eso sí, pues sobre todo en los días principales, se echan a faltar costumbres y liturgias y cultos que se mantuvieron hasta no hace tanto. Las habituales 200.000 personas viendo las procesiones en las que, por cierto, no se deja sentir la ausencia del alcalde de la ciudad. Aun así, y es un déficit viejo, se echa de menos la proyección y dimensión oficial e internacional que le otorga a Valladolid la presencia de numerosos embajadores y personalidades de diversos ámbitos invitadas a las tribunas de su Plaza Mayor. Puede que aquí falten flecos, detalles, todo es mejorable. Hace unos años se pensó en colocar sillas y tribunas pero el proyecto quedó en nada. Aunque lo principal es poder contar con un Museo en el que se dé cita todo cuanto constituye la Semana Santa de Zamora.