En esta Semana Santa, ando leyendo cosas de Dios, como creo corresponde. Ya que no tengo espalda para llevar pasos, al menos cargo con libros de un lado a otro. Procesiono con ellos por parques, pasillos y penumbras de la duermevela. Permitan que abra ante ustedes un par de ellos: "El Cristo de Velázquez" (...milagro éste del pincel mostrándonos/al Hombre que murió por redimirnos) de Miguel de Unamuno, y "Figuras de la pasión del Señor"(Toda Galilea está gozosa de pueblos tan juntos que se oyen uno al otro) de Gabriel Miró. Ambos son retratos literarios de Jesús desde postulados bien distintos en fondo y forma; el primero en verso y el segundo en prosa.

No poseemos un retrato auténtico de Cristo. La imagen que tenemos, en cualquiera de las artes plasmada, es una visión heredada de otros desde que los evangelios nos contaron, más que su físico, el talante de un ser excepcional empeñado más bien en que perdurase su Palabra, aunque no dictó ni mandó escribir nada pues todo lo confió al registro notarial del corazón de los suyos.

Las bellas estatuas y pasos que reproducen su pasión y muerte son eslabones de esa memoria de amor que viene engarzándose desde que empezaron a ponerse por escrito los relatos evangélicos, que a su vez son colección de recuerdos y vivencias compartidas con el Maestro. Jesús se retrató a sí mismo un par de veces, al menos: ante Juan Bautista y ante Pilatos aunque a este no le quedó muy claro si era profeta o uno que se le iba la pinza. Con lavarse las manos, como sabemos, se quitó la mancha de la duda. Una vez resucitado se multiplicaron los testimonios de quienes le vieron con los ojos del "alma, corazón y vida".

Siglos después, Teresa de Jesús tuvo el don de contemplarle y con alma y pluma de alto vuelo nos lo fue contando en el Libro de la Vida.

Otro genio del arte, no narrativo sino pictórico: Salvador Dalí, nos ha legado su propia visión del crucificado como también nos dejó una originalísima Última Cena ambientada en Cadaqués. Hablamos del Cristo que pintó inspirándose en un sencillo pero original dibujo de San Juan de la Cruz, místico y sublime poeta . Es el de Dalí, un crucificado sin señales de la horrenda muerte. Da por hecho el pintor que sabemos lo que padeció, ahora lo contempla el Padre desde arriba pues en una nube parece haberse colocado el artista para mostrárnoslo, imaginando cómo se le ve desde el cielo. Un plano picado, una atrevida perspectiva y una postura novedosa que nos oculta el rostro del Señor que luce en cambio una hermosa cabellera en medio de unos brazos que parecen alas. Es el Cristo del "Todo está consumado". Dalí, como Leonardo, busca ese momento único y se atreve a interpretarlo con el guión de un místico. Es el auténtico Cristo super star, el superman verdadero flotando en el cielo con los brazos en cruz tras haber consumado su obra redentora. También Velazquez pintó a Cristo limpio y aseado como si hubiera muerto sin que le flaquearan las piernas. Un cuerpo 10. Un ser tan bello que sabiendo cómo ha muerto nos mueve a piedad y compasión a pesar de que no muestre apenas las señales del tormento. ( "...Aquí encarnada/en este verbo silencioso y blanco/que habla con líneas y colores, dice/su fe mi pueblo trágico", escribe Unamuno). El pueblo trágico somos nosotros que al ver ese inocente de bello porte muerto de tal modo nos preguntamos ¿ Cómo hemos podido hacer esto?.

Los retratos de Jesús son las visiones personales de sus autores o autoras: ( " Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan grandísima hermosura que no lo podría yo encarecer", escribía la santa de Ávila). Si nos ceñimos a las imágenes de Jesús crucificado también va por modas su representación. En el románico son Cristos sin apenas signos de dolor pero están erguidos y con corona de rey triunfante sobre la muerte. En el barroco, el realismo se hace patente en cada detalle del cuerpo torturado. El Cristo de las injurias de la catedral de Zamora es un bello ejemplo de lo último, así como el yacente de Santa María la Nueva. La imagen Jesús, al cabo, es la que compone el amor, que por lo general no se reduce a rasgos físicos.

Tras la resurrección, en la cena de Emaús, los comensales que le descubren, habiendo caminado antes con Jesús largo trecho, confiesan que le reconocieron al partir el pan. ¿Por qué no antes , si anduvieron de animado palique?

"Con vosotros está y no le conocéis, con vosotros está, su nombre es el Señor", cantaba el coro Voces de la Tierra con música de Miguel Manzano. Y así es tan cierto como que no se ha ido. En la tierra tiene el rostro de nuestro prójimo y hermano; desde arriba nos contempla "orbitando" con los brazos dispuestos al abrazo, en esa imagen llena de energía mística que Dalí puso en el cielo.