Cada uno de los pasos que desfilan en las procesiones de la Semana Santa zamorana expresan un momento de la Pasión de Cristo, según lo interpretó el imaginero autor del grupo escultórico correspondiente. En algunas de esta esculturas podemos ver, además de la indiscutible calidad artística, la manifestación de aquellos bíblicos sucesos a través de los gestos y ademanes de las figuras presentadas.

Una de las obras del insigne escultor Ramón Álvarez, "La Lanzada" contiene, además de a Longinos sobre un caballo en atrevido equilibrio, las cruces en las que están clavados El Redentor y los ladrones Dimas y Gestas, el buen y el mal ladrón.

Gestas, lugarteniente de Dimas era sanguinario, vengativo, de crueles sentimientos, y aborrecía a su jefe que siempre se mostraba generoso y hasta humanitario, por lo que ambos vivían siempre en continua oposición y discrepancia.

Poncio Pilatos había ofrecido una importante suma de dinero a quien entregara a Dimas , cuya cabeza se había puesto a precio hacía tiempo, y entonces Gestas, asociándose a otro ladrón llamado Caleb, se dispuso a vender a su jefe. Para realizar su objetivo se valieron de un labrador llamado Esteban a quién obligaron, atemorizándole, a que se presentara en casa del gobernador de Judea y le dijese por qué medios había de valerse para prender a Dimas, a la vez que sería el intermediario para recibir la suma que habían de cobrar los ladrones traidores.

Informado Pilatos por el labrador Esteban de lo que se proponían, hizo que una docena de soldados se disfrazasen de mercaderes, y sabedor Dimas de que una caravana había de pasar por un camino próximo a su guarida, se preparó en unión de cuatro de sus camaradas a dar el asalto. En el momento en que la caravana fue divisada, fueron hacia ella los cinco malhechores y cuando intimaban a los mercaderes para que entregaran las alhajas y la mercancía, los soldados sacaron las armas que llevaban ocultas y se lanzaron sobre Dimas y sus compañeros.

En la refriega fue Dimas herido y hecho prisionero; dos de sus compañeros murieron, y Gestas y Caleb huyeron por solitarias veredas hasta llegar a casa del labrador Esteban, donde le obligaron a que entregara la cantidad que Pilatos le había dado.

No bien los desalmados malhechores salieron al campo, cuando fueron alcanzados por quienes los habían estado vigilando, apresando a Gestas que se dejó maniatar al ver que toda resistencia sería inútil. Caleb huyó, pero uno de sus perseguidores le arrojó una piedra con tal acierto que le derribó, al verle sin sentido y por no cargar con él en aquel estado, lo acabó de matar.

Volvieron a la ciudad los enviados de Pilatos, satisfechos de haber cumplido su cometido, conduciendo a Gestas altamente contrariado por haber caído en sus propias redes. Dimas cayó en la cuenta de que le habían traicionado sus malvados compinches. Por eso, cuando llegaron a la cima del Gólgota y se miraron frente a frente, Dimas increpó lleno de cólera e indignación: "¡Gestas! Veo que no has querido abandonarme. Sin duda no pensaste bien tu traición y has salido mal librado de ella".

"Mucho me alegro", contestó Gestas con una horrible carcajada, "de acabar mi vida a tu lado, valeroso y esforzado capitán". A lo que respondió Dimas: "Yo me fié de ti porque no te creí tan perverso, pero te perdono porque yo he tenido la culpa de mi desgracia".

Los sayones dijeron: "Hagamos nuestro oficio", y comenzaron la operación de clavar a los dos reos en sus respectivas cruces. Dimas se resignó con su suerte y se sometió con docilidad hasta que quedó elevada su cruz. Por el contrario, Gestas hizo resistencia y luchó con los soldados, blasfemó y mezcló espantosos quejidos con insultos y maldiciones.

Luego que los dos ladrones quedaron colgados en sus suplicios, los sayones que se habían ocupado en su crucifixión, se sentaron a descansar en la misma cumbre del Gólgota, hablando entre ellos:

"Hoy es un gran día, descansemos ahora, pues nos queda otro reo que trae alborotada a la ciudad".

Se referían a Jesucristo, el Hijo de Dios, que también sería crucificado.