Canciones hay que, así que pasen los años, siguen siendo de plena actualidad por su letra. Una letra cargada de contenido y de verdad que nos cuestiona. Una letra vigente. La canción a la que me refiero es de esas que hemos escuchado toda la vida, que forma parte de la banda sonora original de nuestra vida. Una canción que tuvo su momento aunque, escuchándola hoy, cabría decir que es de todo momento.

Sé que se trata de un vals criollo de Perú. Nunca he sabido la identidad de su autor. Si es verdad que la he escuchado en infinitas versiones. Una de las más impactantes es la versión, posiblemente la mejor, de Nati Mistral. Es lo que podíamos llamar uno de sus grandes éxitos. Y los de la célebre cantante madrileña se cuentan por cientos. El título:"Yo vi llorar a Dios". Viendo el panorama no me extrañaría mucho que Dios no haya dejado de llorar desde que se escribió esta letra hasta nuestros días. Si todos pudiéramos ver llorar a Dios en nuestra noche al soñar o en nuestra mañana al despertar, a lo mejor conseguíamos enjugarle las lágrimas a fuerza de comportarnos de forma diferente, a fuerza de acabar con ese estado de cosas que hacen llorar a mi buen Dios. Dice el autor de la canción: "anoche, soñando, he visto a Dios llorando, jamás lo olvidaré". ¡Como para olvidarlo! Aunque, Dios llora constantemente en nuestros semejantes y ante tantas injusticias que llevan el sello de los hombres.

Me quedo con unos versos de ese vals criollo que dicen así: "Me habló con triste voz de tanto niño abandonado, de la miseria atroz de tanto pueblo destrozado?". Y casi no hay que seguir escuchando la canción. Con sólo dos estrofas basta. Dos estrofas que forman para del día a día de tantos niños de la calle, de tantos niños que son carne de pederastia, de tantos niños que no fueron alumbrados con amor y por amor, de tantos niños que, por diversas vicisitudes, no conocen el amor de una madre, el calor de una familia, el respaldo de la sociedad, el apoyo de otros niños como ellos.

Y si de pueblos hablamos, sólo basta mirar hacia Siria. Aunque Siria también está en el norte de Africa, y en América Latina y en todos los países destrozados por la guerra, por la crueldad talibán, por el odio tribal, por la droga, por las armas, por el odio, por las políticas interesadas. Esos pueblos destrozados por las balas de cañón o las otras trazadoras, que son gaseados y sujetos a una muerte segura a causa de elementos químicos y bacteriológicos. Guerras que nos acercan al pasado. A Hisoshima y Nagasaki y a Pearl Harbour y a los Balcanes, y a los países europeos que fueron más azotados por las bombas y la destrucción en la II Guerra Mundial, Alemania incluida. Y España, la de la contienda entre hermanos.

¡Cómo no va a estar llorando Dios! No le damos un solo motivo, no ya para la risa, sino para la sonrisa. Comienza la Semana Santa y el Daesh coloca una bomba en un templo cristiano en la ciudad de Tanta donde causa 27 muertos y 71 heridos. Y no contento con eso en la catedral copta de San Marcos de Alejandría coloca otra bomba que ha dejado al menos 18 muertos. No creo que Dios deje de llorar ni en plena Semana de Pasión. Porque cuando no son ellos somos nosotros. Y eso que vino al mundo a morir para redimirnos, para salvarnos y sólo eso debiera bastarnos para acabar con la violencia, para desterrarla de nuestras vidas. Pero no, nos empeñamos en hacerle llorar. Yo le invito a escuchar esa vieja canción y a reflexionar? "Yo vi llorar a Dios y al preguntar por qué lloraba, me respondió el Señor que por nosotros se apenaba, porque ya no seguimos sus santos mandamientos y nuestros pensamientos se alejan de su amor?". Los valores están en bancarrota y urge hacer aflorar el amor para no ver llorar a Dios en nuestros semejantes.